domingo, 3 de abril de 2011

La Afabilidad

Afabilidad es la disposición habitual de recibir y escuchar con dulzura y amabilidad, en toda circunstancia.
Autor: Marta Arrechea Harriet de Olivero | Fuente: Catholic.net



La afabilidad

La afabilidad es la virtud que nos impulsa “a poner en nuestras palabras y acciones exteriores cuanto pueda contribuir a hacer amable y placentero el trato con nuestros semejantes” (1)
Es una virtud social por excelencia y una de las más exquisitas muestra de un espíritu cristiano, que ayuda mucho a la agradable y sana convivencia en todos los ámbitos, haciendo agradable, suave, ameno, fácil y dulce el trato y la conversación.

El hombre es un ser sociable por naturaleza. Todos y cada uno estamos obligados a tratar de ser afables con quienes nos rodean, salvo en el caso de que sea útil corregir y amonestar a alguno de ellos. En ese caso Santo Tomás nos dice que no debemos mostrarnos afables con quienes pecan continuamente tratando de serles agradables y mostrarnos condescendientes con sus vicios,porque los confundiremos y les daremos ánimo para continuar pecando.

Pero en general es necesario y conveniente que exista entre los hombres, tanto en sus palabras como en sus obras, un comportamiento como es debido.Este buen trato, afable, exige autodominio, tacto, (para callarnos lo que puede herir gratuitamente sin hacer el bien a nadie), y tratar de pronunciar las palabras que resulten más convenientes y adecuadas para cada circunstancia.Muchas veces un simple saludo, una sonrisa, una palabra de aliento o un gesto amable puede alegrar el corazón de una persona y levantarle el ánimo.

La afabilidad ordena las relaciones de los hombres con sus semejantes, tanto en los hechos como en las palabras, contribuyendo a hacer la vida más agradable a quienes vemos todos los días. Una persona afable sonreirá y generará un trato fácil, cálido, cordial, indulgente con las faltas del prójimo, paciente, afectuoso y amable, especialmente en las conversaciones, tratando de agradar, ya que a veces las respuestas cortantes, ásperas y los silencios prolongados producen un ambiente cortante y distante, que no ayuda a proseguir el diálogo para ninguna de las dos partes.

La conversación afable no es hablar frivolidades para quedar bien, (que es espíritu mundano y no es virtuoso), sino hablar de lo verdadero con buenas maneras, con naturalidad, con calidez, con sencillez, que no es lo mismo. Se debe tratar de hacer comprender la verdad y corregir siempre con dulzura y afabilidad para predisponer al otro a ser corregido y a aceptarlo.

El elogio oportuno, el ponderar adecuadamente a una persona por un trabajo o una virtud que haya demostrado es muestra de afabilidad y estimula al bien, siempre y cuando la alabanza pretenda contentar y ser motivo de aliento para continuar en las buenas obras. Es bueno y justo esforzarse en destacar lo que otros han hecho bien, (como dejar el cuarto ordenado, ayudar a un ciego a cruzar la calle, cederle el asiento a una embarazada, ponerle buena cara a la prima que no se soporta o dejar pasar primero a una señora mayor), porque además de estimular al otro lo predispone a aceptar una crítica constructiva.

El espiritu afable y de dulzura es el espiritu de Dios.

La dulzura es una de las llamadas “pequeñas” virtudes que contribuyen a que nuestro trato y convivencia sea amable, afable y delicado hacia los demás, virtud que también debemos aplicárnosla a nosotros mismos. Esta pequeña virtud en la convivencia diaria se agiganta porque el trato se suaviza armoniosamente. Hay en nosotros un poder de irritación y de reacción que nos permite luchar contra los obstáculos reaccionando contra los males presentes. Esta pasión en sí misma no es mala, pero rápidamente se desordena si nos enojamos por cosas de poca importancia o que no valen la pena. Nace entonces en nuestra alma un pequeño deseo de venganza.

Cuando alguien nos ha contrariado o herido, sufrimos, y porque sufrimos guardamos en el fondo de nuestro corazón un deseo, (aunque secreto), de devolverle lo mismo en la primera oportunidad, olvidando aquello de que una gota de miel puede hacer lo que no hace una tinaja de vinagre. Si bien es razonable que cuando cometemos una falta nos aflijamos o nos entristezcamos, sin embargo, hemos de procurar no ser víctimas de un mal humor desagradable y triste, despechado y colérico. Hay que sentir indignación por el mal y estar resuelto a no transigir con él, pero hay que tratar de convivir dolcemente con nosotros mismos y afablemente con el prójimo.

Los defectos que se oponen a la dulzura son la impaciencia y el mal humor, la excesiva severidad, la adulacion o lisonja y el espiritu de contradiccion.

La impaciencia y el malhumor lo demostraremos cuando contrarían nuestro juicio u opinión y entonces mostraremos nuestra pequeña cólera. Puede ser un simple gusto, un programa, una elección en la televisión, pero enseguida mostramos nuestro descontento con gestos, miradas agrias o enojadas, movimientos de hombros despectivos o levantando la voz. Aquí la dulzura debiera intervenir para paralizar el apetito irascible e impedir que salga afuera.

Un alma no disciplinada no puede tener paz. Según los temperamentos es más o menos difícil, pero esos movimientos tumultuosos del alma deben ser dominados por largos y pacientes esfuerzos. Hemos de comportarnos de manera tal que las personas amen nuestra conversacion y estar en nuestra compania por el ambiente agradable que generamos. Aristóteles ya decía que “nadie puede aguantar un solo día de trato con un triste o con una persona desagradable”.

San Francisco de Sales era desde su juventud hombre de carácter muy irascible. Es por eso que en su biografía, es una constante la lucha ascética para lograr el autodominio. Se cuenta que cuando murió, al realizarle la autopsia, le encontraron el hígado endurecido como una piedra. Esto probablemente sería causado por la enorme violencia que se hizo este hombre de fuerte carácter para dominar su natural, propenso facilmente a la ira, contenerse, y hacerse para con los demás dulce, afable, amable, delicado y bondadoso en el trato, cuando le sobraban motivos para no serlo.

Y en un caso más sencillo contaremos la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia y se violentara contra el prójimo debería clavar un clavo detrás de una puerta. El primer día el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. A medida que aprendía a controlar su temperamento y a modelar su carácter clavaba cada vez menos clavos. Después descubrió que era más fácil controlar su mal carácter que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó un día en que pudo controlarse y así se lo informó a su padre. Su padre le sugirió entonces que retirara un clavo cada día que sintiera dominio total sobre sí. Pasados los días no quedaron más clavos en la puerta y así se lo informó. Entonces el padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta diciéndole: “Has trabajado duro hijo mío, pero mira estos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tú te descontrolas contra alguien dejas cicatrices exactamente como las que ves aquí. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo en que se lo digas tal vez lo desbastarás y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Ten la imagen de esta puerta siempre presente”.

Hoy está comprobada la enorme influencia que tienen los problemas psicológicos y espirituales en la salud. Se lo llama “somatizar”. Problemas de piel, úlceras, causados por stress y disgustos, diabetes por temas nerviosos, cancers por grandes violencias morales etc. Responde a que somos una unidad sustancial de cuerpo y alma. Repetimos por lo claras las palabras de aquel catedrático de Medicina que le dijo a sus alumnos el primer día de clase: “Lo esencial en el hombre es el alma, pero tiene un cuerpo”.

Santo Tomás ya lo planteaba en el siglo XIII en la Suma en el “Tratado de la Tristeza”, donde recomienda al que está triste: darle cierta satisfacción a los sentidos (como darse un buen baño caliente, ponerse ropas suaves y confortables, comer algo agradable) y, lo más importante: descargar el corazón contando “las cuitas”, (o penas), a algún amigo.

La excesiva severidad se demostrará en los gestos destemplados, en los juicios severos y cortantes, en el tono de voz terminante, en la falta de flexibilidad para contemplar los temas de interés de los demás, en no tener en cuenta los gustos, los problemas, las debilidades, las preocupaciones y los intereses del prójimo.

Pero el exceso de elogios es la adulacion o lisonja, que generalmente pretende conseguir ventajas basándose en lisonjas excesivas y desordenadas, y en cuya raíz siempre hay hipocresía, interés y doblez. El adulador generalmente se desborda y miente porque no busca la verdad sino la conveniencia.

El espiritu de contradicion estará siempre en actitud de contradecir al prójimo, con motivo o sin él, generando discusiones inútiles e interminables, lo que genera mucho malestar en todas las reuniones e impide la sana convivencia y la armonía. El espíritu de contradicción corta todos y cada uno de los inicios de diálogo y de las conversaciones, genera mal clima, rompe la armonía entre las personas, las lleva a discutir por horas interminables sin llegar a ninguna conclusión.

Habitualmente destruye todas las posibilidades de hablar temas serios, interesantes o simplemente familiares, porque no se busca la verdad en cada tema sino el simple enfrentamiento inmaduro, caprichoso, la dialéctica o ser el centro de atención. Hay gente que hace de esto un deporte intelectual en todas las reuniones, pero no dimensionan ni toman conciencia de que rompen y frustran interminables encuentros entre familiares y amigos, muchas veces irrepetibles.



Notas:
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo.P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág 586



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