domingo, 28 de octubre de 2012

¡SEÑOR, QUE VEA!

Mons. José M. Arancedo.
El evangelio de este domingo nos presenta el pasaje del encuentro de aquel “ciego de nacimiento” con Jesús. El diálogo es elocuente y siempre actual. ¡Qué otra cosa puede pedir un ciego sino la luz! Pero el texto insinúa, y así lo reconoce Jesús en su respuesta, que la petición del ciego tenía un plus que es, precisamente, su actitud de fe frente al Señor. 

“Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”, es la petición hecha oración del ciego. En la respuesta Jesús pondera su fe: “vete, le dice, tu fe te ha salvado” (Mc. 10, 47-52), y enseguida comenzó a ver, concluye el texto. 
La fe del ciego se dirige a la persona de Jesús en quién reconoce el poder de Dios. Desde la fe se descubre su presencia en Jesucristo que es verdad, fuerza y misericordia para el hombre. Dejamos de sentirnos solos. La fe cristiana no es un sentimiento vacío o un impulso sin objeto, sino que es reconocer la obra de Dios como una realidad presente, que se ha manifestado en nuestra historia. 
Cuando le preguntaron a Jesús cuál es la obra de Dios, su respuesta es clara: “la obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado” (Jn. 6, 29). Esto es lo que hizo el ciego de nacimiento. Su fe no buscó un poder mágico, sino que creyó en la obra de Dios manifestada en Jesucristo. 
Qué importante es descubrir el sentido que da fuerza a su pedido: “Señor, que vea”. La luz de la fe no se reduce a aquello que podemos ver con nuestros ojos, ella nos habla, principalmente, de aquellas cosas que no pertenecen al mundo de lo material o sensible, aunque no lo excluye. 
Esta es una nota que responde a la condición del hombre como ser espiritual, diría como hijo de Dios. Su mundo no se reduce a lo que tocamos, sino que está abierto a esa pregunta o dimensión trascendente que responde a la exigencia del hombre como ser espiritual. La fe nos introduce en un conocimiento de la realidad desde la mirada de Dios, si podemos hablar así. 
Descubrimos, más allá de lo que ven nuestros ojos o inteligencia humana, la realidad del hombre en su dimensión más profunda, como criatura de Dios con un fin trascendente, la fe da sentido a la muerte. Ella no niega la realidad que ve, incluso en el dolor y su cercanía con el fin, pero abre nuestra mirada a un significado de vida y esperanza que trasciende los límites de lo humano. No hay nada más opuesto a la fe que la mentalidad mágica, que todo lo pretende manejar y acomodar. Esta es, incluso, una tentación o caricatura de la verdadera fe. 
A lo largo del Año de la Fe, volveremos a hablar sobre estos temas. Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que es camino de luz, de vida y esperanza para todos nosotros. 
 Mons. José María Arancedo Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

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