jueves, 28 de agosto de 2014

San Agustín Obispo, doctor de la Iglesia. Año 430. (28 de agosto)


 Agustín significa "Consagrado, bendecido" (Augusto en latín era lo que estaba consagrado a Dios o lo que era bendecido por la divinidad) Augustinus era un diminutivo de Augustus, o sea un pequeño consagrado, un pequeño bendecido. Nuestro santo resultó ser muy bendecido por Dios, muy consagrado a la divinidad, pero nada pequeño, sino más bien un gigante en el espíritu.
San Agustín ha sido uno de los santos más famosos en la Iglesia Católica. Después de Jesucristo y de San Pablo es difícil encontrar un líder espiritual que haya logrado ejercer más influencia entre los católicos que este enorme santo. Su inteligencia era sencillamente asombrosa, probablemente no superada por ningún otro obispo o sacerdote, o doctor. Su facilidad de palabra ha sido celebrada por gentes de todos los países en muchos siglos. Su sabiduría era portentosa. De los 400 sermones que dejó escritos han sacado y seguirán sacando material precioso para sus enseñanzas, los maestros de religión en todos los tiempos.
Nació en Tagaste (norte de Africa) en el año 354.. Su padre, Patricio, era pagano, de temperamento violento. Su madre, Mónica, fervorosa católica, era una gran santa. Tenía un hermano llamado Navigio (gran amigo suyo durante toda la vida) y una hermana, que fue la primera religiosa, en Africa, y para la cual el santo escribió la famosísima Regla para las religiosas, en la cual se han basado los fundadores de comunidades en todo el mundo, para redactar las Reglas para sus congregaciones religiosas.
Juventud borrascosa. De niño era supremamente inquieto, y aunque poseía una inteligencia envidiable y una memoria portentosa, tenían que castigarlo con azotes para que estudiara, porque lo único que le gustaba era jugar y divertirse. Sus padres lo enviaron a estudiar en Cartago, que era la ciudad más grande de la región, pero en el colegio se dejó llevar por los malos ejemplos, y su comportamiento no fue nada santo. Eso si, en las lecciones llegó a ser el número uno, y en las declamaciones el que más sobresalía. En las discusiones académicas era admirablemente invencible. Pero su moralidad no era ejemplar. Muchos noviazgos. Asistencia demasiado frecuente a funciones y representaciones de teatro nada recomendables (contra esto predica después toda la vida). Hasta los 32 años su existencia es cadena continua de faltas y de miserias morales. De todo ello habla en su más conocido libro.
Un libro que se hizo famoso. Cuando Agustín se convirtió al catolicismo escribió el libro llamado "Confesiones", que lo ha hecho famoso en todo el mundo. Su lectura ha sido la delicia de millones de lectores en muchos países por muchos siglos. El comentaba que "a la gente le agrada leer este escrito porque cada cual goza conociendo los defectos ajenos, pero no se esmera por corregir los propios". La lectura de "Las Confesiones de San Agustín" ha convertido a muchos pecadores. Por ejemplo: Santa Teresa cambió totalmente de comportamiento al leer tan bellas páginas.
Primeros cambios. Cuando joven tuvo una grave enfermedad, y ante el temor de la muerte se hizo instruir en la religión católica y se propuso hacerse bautizar. Pero apenas recobró la salud se le olvidaron sus buenos propósitos y siguió siendo pagano. Más tarde criticará fuertemente a los que dejan para bautizarse cuando ya son de bastante años, para poder seguir pecando más tranquilamente.
Luego leyó una obra que le hizo un gran bien y fue el "Hortensio", de Cicerón. Este precioso libro lo convenció de que cada cual vale más por lo que es y por lo que piensa, que por lo que tiene.
Cambio para mal. Pero luego sucedió que tuvo un retroceso en su espiritualidad. Ingresó a la secta de los Maniqueos, que decían que a este mundo lo había hecho el diablo, y enseñaban un montón de errores absurdos. Luego se fue a vivir en unión libre con una muchacha, y de ella tuvo un hijo al cual llamó Adeodato (que significa: Dios me lo ha dado).
Encontrones con la mamá. Al terminar sus estudios en Cartago volvió a su tierra, Tagaste. Pero Mónica no pudo aceptar de ninguna manera que su hijo viviera en unión libre, y además a la santa madre le causaban horror las herejías que Agustín había aprendido en la secta de los Maniqueos, y que andaba repitiendo. Así que sin más ni más, lo echó de la casa. Ella no quería ser alcahueta de los errores de su hijo.
Otro cambio. Luego leyó las obras del sabio filósofo Platón, y se dio cuenta que la persona humana vale mucho más por su espíritu que por su cuerpo, y que lo que más debe uno esmerarse por formar y fortalecer es su espíritu y su mente. Estas lecturas del sabio Platón le fueron inmensamente provechosas y lo van a guiar después durante toda su existencia.
Una desilusión. Se dedicó a leer la Santa Biblia y se desilusionó porque le pareció que ese libro era demasiado sencillo y que no tenía el estilo literario de los libros mundanos. Y dejó por un tiempo de leerla. Después dirá, suspirando de tristeza: "Porque la leía con orgullo y por aparecer sabio, por eso no me agradaba. Porque yo en esas páginas no buscaba santidad, sino vanidad, por eso me desagradaba su lectura. ¡Oh Sabiduría, siempre antigua y siempre nueva. Cuán tarde te he conocido!".
Profesor. En Tagaste y en Cartago se dedicó a dar clases por 9 años, con notable éxito. Pero luego dispuso viajar a Roma a enseñar en esa capital.
Fuga fracasada. La mamá que temía que en Roma pudiera extraviársele más su hijo y perdérsele por completo, dispuso acompañarlo en su viaje a Roma. Pero Agustín deseaba viajar solo, y la engaño el día de embarcarse, enviándola a una iglesia a rezar, y mientras tanto subiéndose él al barco, que partió enseguida. Después dirá: “Yo engañaba a mi madre, que me amaba como nadie más lo podía hacer en la tierra". Pero Mónica viajó después en otro barco y aunque al llegar a Roma le contaron la noticia de que se había ido a Milán, allá lo siguió, y en adelante será como un ángel de la guarda (en Roma se desilusionó Agustín porque sus alumnos no pagaban nada por sus enseñanzas).
Su encuentro providencial. El hombre que marcó definitivamente el cambio de nuestro santo, fue San Ambrosio, arzobispo de Milán, sabio famoso, líder espiritual indiscutible en la ciudad y el país, gran orador, y escritor brillantísimo. Desde el principio el joven profesor se siente como deslumbrado por la sabiduría y la santidad de este gran arzobispo y empieza a no faltar a ninguno de sus sermones, y su modo de pensar y de vivir empieza a transformarse por completo.
El juego que cambio una vida. Agustín tiene varios amigos que lo acompañan y lo aconsejan y animan. Son: Alipio que desde joven lo ha ayudado siempre. Elpidio, su hermano, y Adeodato su hijo. Un día Romaniano le cuenta la historia de San Antonio Abad que dejó su vida de riquezas y comodidades y se fue a un desierto a rezar y hacer penitencia, y Agustín exclama: “Todos estos se atrevieron a dejar su vida mundana y a empezar una vida de santidad. ¿Y por qué yo no? ¿Qué es lo que me detiene para dar este paso? Y fue entonces cuando empezó a escuchar que en una casa vecina unos niños jugaban y repetían muchas veces esta frase: "¡Abra y lea! ¡Abra y lea! ¡Abra y lea!” El no recordaba haber oído nunca repetir esa frase en un juego, y consideró aquello un aviso de Dios y abrió el primer libro que encontró a mano. Era la Santa Biblia. Y allí encontró el capítulo 13 de la Carta de San Pablo a los Romanos, en el verso 13 y leyó lo siguiente: "Portémonos no como quien está en tinieblas y oscuridad, sino como quien obra a pleno día y a plena luz. Comportémonos de la manera más digna posible. Nada de impurezas ni de vicios o excesos de ninguna Clase. No nos dejemos dominar por la carne y sus concupiscencias" (Rom. 13, 13). Aquello fue como un relámpago en su cerebro. Empezó a llorar y se dio cuenta de que su comportamiento hasta entonces había sido todo lo contrario de lo que Dios mandaba en sus frases que acababa de leer, y que era necesario empezar una vida totalmente nueva y distinta de la anterior. Tenía 32 años de edad. Los siguientes 40 años serán de admirable santidad, progresando cada vez más y más.
La conversión. Despachó hacia el Africa a la madre de Adeodato y nunca más se volverá a encontrar con ella. Abandonó para siempre los juegos de azar y las fiestas mundanas (Ya había quemado los libros de los herejes Maniqueos, convencido de que lo que enseñaban eran errores horrendos). Y se dedicó con todo entusiasmo a prepararse para hacerse bautizar y llegar a ser cristiano católico. Mónica gozaba lo indecible. Con razón un obispo le había dicho a ella al verla llorar y rezar tanto por la conversión de Agustín: "Es imposible que se pierda un hijo por el cual ha rezado y llorado tanto".
El bautismo. En la Pascua del año 387 Agustín recibe solemnemente el bautismo de manos del gran arzobispo San Ambrosio. En ese día fueron bautizados también su amigo Alipio y su hijo Adeodato que tenía 15 años. Fue un día grande, enormemente feliz.
La muerte de Mónica. La santa madre no se cambiaba por nadie. Ya había logrado todo lo que anhelaba en esta vida, la conversión de su hijo. Ahora podía partir contenta para la eternidad. Y entonces sucedió que viajando con Agustín hacia el Africa, antes de embarcarse en el puerto de Hostia, en Italia, ella se sintió morir, y llamando a su hijo le dijo emocionada: "¿Ya qué me queda por esperar en esta vida? Ya he logrado lo que más deseaba: verte cristiano católico". Y expiró en sus brazos dulcemente. Agustín la lloró amargamente, y durante toda su vida guardó su recuerdo como lo más precioso de su juventud. En su libro de La Confesiones, habla bellísimamente acerca de esta santa mujer
Sacerdote y obispo. Al volver al Africa fue ordenado sacerdote, y el obispo Valerio de Hipona, que tenía mucha dificultad para hablar, lo nombró su predicador. Y pronto empezó a deslumbrar con sus maravillosos sermones. Predicaba tan hermosamente como nunca ninguno había oído predicar por allí. Las gentes lo escuchaban hasta por tres horas seguidas sin cansarse. Los temas de sus sermones eran todos sacados de la Santa Biblia, pero con un modo de hablar tan agradable y sabio, que sus oyentes se entusiasmaban al escucharlo.
Y sucedió que al morir Valerio, el pueblo lo aclamó como nuevo obispo y tuvo que aceptar. En adelante será el obispo modelo, un padre bondadoso para todos. Vivirá con sus sacerdotes en una amable comunidad sacerdotal donde todos se sentirán hermanos. El pueblo sabrá siempre que la Casa del obispo Agustín está siempre abierta para los que necesitan alguna ayuda espiritual o material. Será el gran predicador invitado por todos los obispos y sacerdotes de los alrededores para sus grandes fiestas, y el escritor de libros bellísimos que han sido y serán la delicia de los católicos que quieran progresar en santidad. Difícilmente las gentes encontraban un pastor tan amable y bondadoso como Agustín. El tenía la rara cualidad de hacerse amar por todos. Y lo veneraban como a un auténtico santo.
Martillo de los herejes. Había en el norte de Africa unos herejes llamados Donatistas, que enseñaba que la Iglesia no debe perdonar a los pecadores y que como católicos solamente pueden ser admitidos los que son totalmente puros (pero ellos no tenían ningún reparo en asesinar a los que se les oponían a sus doctrinas) Agustín se les opuso con sus elocuentes sermones y sus brillantísimos escritos, y ellos no eran capaces de responderle a sus razones y argumentos. Al fin el santo logró hacer una reunión en Cartago de todos los obispos católicos de la región, con todos los jefes de los Donatistas y allí los católicos dirigidos por nuestro santo derrotaron totalmente en todas las discusiones a los herejes, y estos fueron abandonados por la mayor parte de sus seguidores, y la secta se fue acabando poco a poco.
Los pelagianos. Vino enseguida otro hereje muy peligroso. Un tal Pelagio que enseñaba que para ser santo no hace falta recibir gracias o ayudas de Dios, sino que uno mismo por su propia cuenta y con sus esfuerzos logra llegar a la santidad. Agustín que sabía por triste experiencia que durante 32 años había tratado de ser bueno por sus propios esfuerzos y que lo único que había logrado era ser malo, se le opuso con sus predicaciones y sus libros y escribió un formidable tratado de "La Gracia", el cual prueba que nadie logra ser bueno ni santo si Dios no le envía gracias o ayudas especiales para serlo. En este tratado tan lleno de sabiduría, se han basado después por siglos los teólogos de la Iglesia Católica para enseñar acerca de la gracia.
Su último libro. Cuando Roma fue saqueada y casi destruida por los bárbaros de Genserico, los antiguos paganos decían que todos estos males habían llegado por haber dejado de rezar a los antiguos dioses paganos y por haber llegado la religión católica. Agustín escribió entonces un nuevo libro (el más famoso después del de las Confesiones) al cual le puso por nombre "La Ciudad de Dios”. (Empleó 13 años redactándolo). Allí defiende poderosamente a la religión católica y demuestra que las cosas que suceden, aunque a primera vista parece que son para nuestro mal, están todas en un plan que Dios hizo en favor nuestro y que al final veremos que eran para nuestro bien (o como dice San Pablo: "Todo sucede para bien de los que aman a Dios").
Muerte dichosa. El año 430 el santo empezó a sentir continuas fiebres y se dio cuenta de que la muerte ya le iba a llegar. Tenía 72 años. Y cumplía 40 años de ser fervoroso católico. Su fama de sabio, de santo y de amable pastor era inmensa. Los bárbaros atacaban su ciudad de Hipona para destruirla, y él murió antes de que la ciudad cayera en manos de semejantes criminales. A quien le preguntaba si no sentía temor por la muerte, le respondía: "Quien ama a Jesucristo no debe tener miedo de ir a encontrarse con El". Pidió que escribieran sus salmos preferidos en grandes carteles en las paredes de su habitación para irlos leyendo continuamente (él en sus sermones había explicado bellísimamente los salmos). Durante su enfermedad curó a un enfermo, con sólo colocarle sus manos sobre la cabeza. Y varias personas que estaban poseídas por malos espíritus quedaron libres de tan espantosos enemigos, al orar el santo por ellas. (San Posidio, el obispo que lo acompañó en sus últimos días, escribió después su biografía).
El 28 de agosto del año 430 se cumplió aquella frase famosa que él había escrito: "Nos has creado para Ti, Señor, y nuestra alma no encontrará la verdadera paz sino cuando logre descansar en Ti". Ese día descansó en la paz del Señor y fue a gozar para siempre en el cielo, de la verdadera paz, la paz que nunca se va a acabar.
San Agustín: te admiramos. Pídele a Dios para nosotros una conversión como la que te concedió a ti. Quiera Dios que sí sea así.

Tomado de Vida de Santos del P. Eliécer Sálesman

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