sábado, 12 de agosto de 2017

Covadonga está en el sur


por Luis Segura     
Hacia el año 718, un capitán de los ejércitos de Don Rodrigo, de nombre Pelayo, avivaba una rebelión contra las autoridades musulmanas ubicadas en Gijón.
Se trataba del inicio de la Reconquista, o lo que es lo mismo, la lucha que durante ocho siglos sostuvieron los cristianos contra los árabes para arrojarlos de España. Las crónicas musulmanas subestimaron a los sublevados de Pelayo: «Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?». Los sarracenos sabían que los cristianos estaban en las últimas, y creyeron insignificante la reacción cristiana. Pero aquel desplante les saldría caro. Don Pelayo atrajo hábilmente al ejército enemigo hacia un desfiladero, al abrigo de los Picos de Europa, donde los suyos estaban ocultos, en las grutas y laderas de las montañas de Covadonga. A la señal convenida, los cristianos lanzaron contra los infieles una lluvia de flechas y piedras que causaron entre los enemigos incontables bajas y les obligaron a emprender precipitadamente la huida. Comenzaba la primera cruzada hispánica. Desgraciadamente, casi 1300 años después de Covadonga, necesitamos otra cruzada. La buena noticia es que la chispa de esta nueva cruzada ya ha saltado. Sin embargo ahora no se lucha con espadas sino con Rosarios, y Covadonga ya no es Covadonga, sino Callosa del Segura.
La insurrección cristiana de nuestros días ha brotado esta vez en el sur. En la localidad alicantina de Callosa del Segura, un grupo de fieles vecinos se unieron el pasado 14 de diciembre para impedir que la imponente cruz que relumbra en el centro del pueblo, junto a la iglesia parroquial, sea retirada como ordenan los enemigos de la cruz que a la sazón ocupan el cabildo del municipio. Y lo más heroico de todo es que ahí siguen esos valientes, nueve meses después, haciendo frente al invierno en su momento, y en la actualidad, al tórrido verano del interior de Murcia.
Pero si nos detenemos un momento a pensarlo, ¿no es cosa de locos todo esto? ¿No es este enésimo aprieto la eterna pugna entre el bien y el mal? En fin, ¿qué mal hace una cruz?, se preguntará cualquier persona de bien. ¿A quién puede molestar un crucifijo o la imagen de una Virgen? Lo cierto y verdad es que es evidente que la Cruz molesta, irrita y produce alergia. Bien lo demuestran —no pueden evitarlo— sus inveterados enemigos, que han hecho aparecer a lo largo de estos meses pintadas intolerables, con lemas tan cívicos como «así ardiera la cruz», «una bomba a la cruz», o directamente «muerte a la cruz». Porque el demonio hace la guerra a los hijos de Dios en todo tiempo y lugar, y persigue a cuantos «guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap. 12, 17).
En España es un hecho que el demonio y con él los hijos de las tinieblas quemaron conventos e iglesias y asesinaron a hombres y mujeres por ser simplemente cristianos hasta saciarse durante los años de la Segunda República y la Guerra Civil[1]. Los enemigos de la cruz, y no otros, fueron los que lograron que España se anegara en sangre durante unos cuantos años. Es decir, los mismos enemigos de la cruz —pues el espíritu que los anima es el mismo— que ahora pretenden derribar cruces, felicitan a los musulmanes el Ramadán y elevan a la categoría de dogma el Estado laico. Así de desquiciados son Satanás y sus secuaces.
Pero de nada servirá a esta cohorte de demonios derribar todas las cruces, calcinar todos los templos y hacer chinas todas las imágenes de santos. El lago de fuego y azufre está reservado al final del cuento para el diablo y sus partidarios
Por eso la resistencia que de repente, y prácticamente de la nada, ha surgido en la Covadonga del sur, ya ha vencido, pues ha dado un testimonio valiosísimo del valor de la fe cristiana. Y por eso algún día los libros de historia recogerán la gesta de los callosinos, dignos herederos de Pelayo y sobre todo de Jesucristo. Dios, no lo duden un segundo, premiará con creces a los guerreros de esta cruzada en los tiempos del Anticristo, a los valientes vecinos de Callosa del Segura, por su defensa memorable de la fe y de la cruz; aunque para los enemigos de ésta, estos héroes no representen más que treinta asnos salvajes.


[1] Véanse los estudios de Nicolás Salas (La otra memoria histórica) y del Padre José Francisco Guijarro (Persecución Religiosa y Guerra Civil).

Adelante la Fe ( 12/08/17)


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