domingo, 11 de marzo de 2018

Jesucristo camino de salvación.

      
Mons. José M. Arancedo
 
 
"Jesucristo es el testimonio del amor de Dios al mundo y a cada uno de nosotros"


 El evangelio de este 4° domingo de Cuaresma nos presenta el camino de la vida cristiana centrada en el Amor de Dios y en el envío de su Hijo: “Porque Dios amó tan al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn. 3, 16-17). Vemos la centralidad de Jesucristo en la historia de la salvación, de la cual somos destinatarios. Jesucristo es el testimonio del amor de Dios al mundo y a cada uno de nosotros, creados a “su imagen y semejanza”, somos la “obra de sus manos”, y él no nos abandona. Esta es la primera certeza de la fe: Dios me ama.

Luego, nos dice el evangelio, que Jesucristo ha sido enviado por Dios, su Padre: “no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Este aspecto es esencial en el amor de Dios, él viene para salvarnos. Comprender esta realidad es tomar conciencia de nuestra fragilidad y pecado, que no nos quita la dignidad de hijos de Dios, pero sí nos hace saber que necesitamos sanar las heridas para recuperar la grandeza y la belleza con la que hemos sido creados a su “imagen y semejanza". Nuestra fragilidad se manifiesta en esa división o desarmonía interior que nos lleva a actuar con un corazón necesitado de salvación. San Pablo decía: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí” (Rom. 7, 19). El rostro del pecado es el orgullo y el egoísmo, el rencor y el odio, la mentira y la violencia, de esto debo ser salvado.

 El comienzo de este camino de salvación, que tiene su fuente en Jesucristo, es un acto de fe en su persona y misión. Es reconocerlo como el Hijo de Dios enviado para salvarnos y al que debemos escuchar. No se trata de un voluntarismo moral que se apoya solo en nuestras fuerzas, sino en tomar conciencia de que necesitamos de una intervención de Dios en nosotros para sanar y orientar nuestra vida: él es el camino, la verdad y la vida. Esta obra él la cumple en nosotros por la gracia del Espíritu Santo que nos prometió como fruto de la Pascua. Cuando comprendemos y vivimos este camino de Dios que nos tiene como destinatarios, solo cabe una actitud de gratitud, que es paz y alegría de la salvación.

 Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
 

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