viernes, 25 de mayo de 2018

Invocación Religiosa en el Te Deum realizado en la Catdral de Santa Fe el 25 de mayo de 2018.


    Nos convoca la celebración de un acontecimiento que hace a los inicios de nuestra Patria como nación independiente. No es una fecha más, es un momento fundante que nos compromete como argentinos.

Toda celebración nos habla de una historia que es memoria agradecida de un pasado que nos identifica, y un llamado a mantener vivos sus ideales y valores. No es nostalgia del pasado sino compromiso con el presente como garantía de nuestro futuro. No hay celebración válida que no tenga en el presente, y desde la riqueza de nuestras raíces, una mirada proyectiva y esperanzada hacia el futuro. Hoy venimos a elevar juntos, pueblo y dirigentes, nuestra oración por el presente y el futuro de nuestra Patria.

Marcaría cuatro notas que mucho he valorado en mi caminar por nuestra querida provincia de Santa Fe que le dieron una cultura y caminos de prosperidad, estas notas nos hablan de sus fundamentos y fortaleza. Me refiero a la fe en Dios como principio y Padre de todos; a la Familia como ámbito de realización personal y primera escuela de vida; a la Educación como lugar de aprendizaje, trasmisión de valores y socialización; y al Trabajo como fuente de realización del hombre, de su libertad y auténtico desarrollo social. Este horizonte de valores y certezas engendró una cultura que le daba sentido a sus vidas y los hizo protagonistas del crecimiento de sus comunidades. Lejos de todo individualismo que aísla ellos tuvieron referencias sólidas en sus vidas y en su caminar solidario.

 La fe en Dios, como “fuente de toda razón y justicia”, era un principio en el que nuestros mayores reconocían su condición de criaturas, no eran dioses, eran hombres con sus grandezas y sus límites, la fe les abría horizontes de universalidad hacia a todo hombre y mujer con independencia de un credo particular. Hay lugares en nuestra provincia que fueron pioneros en el diálogo ecuménico e interreligioso. Dios no sustituía al hombre sino que garantizaba su dignidad e igualdad, especialmente del más necesitado. La presencia de Dios en la constitución era para ellos, además, el reconocimiento de la dimensión espiritual y trascendente del hombre como un aspecto inherente a su condición humana y a su realización, que sostuvo su esperanza en momentos difíciles.

 La Familia, en cuánto comunidad fundada sobre el amor era garantía del bien de las personas y del cuidado de la vida. Fue su primera escuela en la trasmisión de valores y conductas solidarias. Valorar y acompañar a la familia es, por ello, la mejor inversión que puede hacer una sociedad. No se trata de una institución de una época, la esencia de la familia pertenece a la misma condición humana. 

Junto a ella y como su necesaria prolongación debemos apostaron a la Educación en sus diversos niveles y expresiones institucionales que hacen a la formación integral de los niños y la juventud. No debemos temer a la palabra excelencia cuando se habla de educación, sobre todo en nuestros barrios más carenciados. Elevar el nivel de la educación es propio de una sociedad sabia y responsable, que valora la vocación de las personas y la importancia del conocimiento como preparación a un futuro que ya es actual. La Educación requiere, asimismo, del cuidado y la capacitación de los recursos humanos como de la justa asignación de los recursos.

 Finalmente el valor del Trabajo, como un bien de realización personal y social, que es hoy una demanda que nos urge como sociedad. La mayor pobreza del hombre es la falta de un trabajo digno y justo, que lo termina debilitando en su autonomía, protagonismo y creatividad. El trabajo no vale tanto por lo que produce, sino porque es el hombre el sujeto que lo realiza y en él se realiza a sí mismo. Crear fuentes de trabajo es un desafío pendiente en nuestra sociedad, es un reclamo ético y social a la dirigencia política y económica. Desde una mirada de fe les diría que generar y dar trabajo es también un acto de amor y caridad, porque con él se eleva la dignidad del otro, que es mi hermano. Esto nos debe llevar a crear y a sostener las condiciones de una cultura del trabajo, con todo lo que implica de esfuerzo y tiempo, como de proyectos políticos y económicos que integren socialmente.

 Desde Santa Fe, cuna de nuestra Constitución Nacional, elevo mi oración a Dios por la Patria, por sus dirigentes y todo el pueblo, para que sepamos encontrar caminos de encuentro y de diálogo que nos permitan trabajar por el bien común y dar respuesta a las necesidades de nuestros hermanos. Amén.

Mons. José María Arancedo
Administrador Apostólico de Santa Fe de la Vera Cruz

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