jueves, 2 de agosto de 2018

La justicia de la religión. En busca del clasicismo perdido

por Alonso Gracián
 
1.- Esa especie de Aquinate protestante
El antropocentrismo teológico, tan de moda en la mente católica de hoy, tiene raíces kantianas. La centralidad que antaño ocupaba la tradición aristotélico-tomista, la ocupa hoy la escuela kantiano-personalista.

Esto es un fenómeno de sustitución, o más propiamente de impostura, común a todo cambio de mentalidad: lo que antes era importante se desecha para poner en su lugar otra cosa. De esta forma, la nueva ideo-sincrasia atrae los corazones y las mentes hacia sí mediante un artificio:

la creación de tópicos negativos, que contribuyan a dejar atrás lo anterior, y de tópicos positivos, que blinden los neoconceptos.

    Hablamos a conciencia, sabiendo que, propiamente, ni el antropocentrismo puede ser teológico, ni la teología puede ser antropocéntrica. Pero es que aquí reside el problema, en lo absurdo de un antropocentrismo teocéntrico, a la manera maritainiana. Un absurdo que, para constituirse, ha de agenciarse materiales extraños que favorezcan la incomunicación, e introduzcan lenguas ininteligibles: las nuevas Torres de Babel que se levantan y derrumban con ladrillos kantianos.

Y es que el tan actual, nombrado y renombrado nuevo paradigma, tiene un nombre:  «el moderno antropocentrismo individualista, que fue definitivamente entronizado por Kant, esa especie de Aquinate protestante» —Como cabalmente apunta Álvaro d´Ors en aquella sustanciosa Retrospectiva de mis últimos XXV años (1968-1993).

El Aquinate protestante es el maestro del personalismo. Y el personalismo ocupa el centro que antes ocupaba el pensamiento clásico en el catolicismo tradicional, el de la Cristiandad, el de la tradición hispánica, el de la tradición de las Españas. Los efectos no pueden ser más negativos. Pero es lógico, profundamente lógico. La adopción de sistemas conceptuales no tradicionales en el catolicismo, da lugar a formas de pensamiento no tradicionales. Y si algo no es tradicional, es moderno, y si es moderno, y se asume, produce modernismos. El servicio, por tanto, del kantismo, a la pérdida de identidad de los católicos, ha sido formidable.

 2.- Consecuencias de la sustitución 
El lugar que, en el catolicismo clásico, ocupaba el Doctor Angélico, lo ocupa ahora Kant en la nueva forma mentis personalista. Kant es, para los que vitorean el advenimiento de un nuevo paradigma, como su nuevo doctor común, un Antidoctor Común, una mala imitación de Maestro Universal. Pero la sustitución tiene consecuencias, unas directas y otras indirectas.

Veamos algunas, entrelazándolas:

    La sobrevaloración pelagiana del amor conyugal natural (en su estado caído), el concepto difuso y antimetafísico de persona, la hibridación de lo natural con lo sobrenatural, el espiritualismo proyectado sobre la sexualidad, la dislocación del sensus fidei, el antirracionalismo, —que en todo, incluso lo natural, contempla misterios insondables inaccesibles a la razón—; el desprecio reformista del sistema de parroquias, en clave subjetivista y antisistema—; el menosprecio de la labor de los párrocos, a la manera individualista protestante; el normativismo positivista…

    …la sobrevaloración del democratismo liberal de tercer grado, la consiguiente minusvaloración de la unidad católica; el énfasis subjetivista en los derechos, la sustitución del bien por los valores, la libertad entendida como libertad negativa, en clave de autodeterminación; y tantos otros lugares comunes de la tópica personalista, beben, sin ninguna duda, del sistema conceptual kantiano personalista, y su andamiaje hegeliano, kierkegaardiano, heideggeriano…

 3. En busca del clasicismo perdido. Existe una Lengua Común
La perspectiva no es halagüeña, porque la confusión es grande. Pero no hay que olvidar una cosa: existe una Lengua Común. Sólo hay que volver a estudiarla. Al principio la balbucearemos, nos costará pronunciarla y entenderla, pero en poco tiempo, porque el Señor coopera con los que le aman (Rm 8, 28), la dominaremos como nuestros ancestros la dominaron, y la transmitiremos, de nuevo, de generación en generación.

Podemos comenzar reconociendo que esta fe sin religión es un constructo moderno, cuya toxicidad enferma la fe de nuestros mayores.

Podemos comenzar revitalizando el estudio de la lengua latina y la cultura clásica; combatiendo la anomia normativista; promoviendo el Derecho Natural.

Podemos comenzar huyendo de la fenomenología, restaurando una sana escolástica; revalorizando el entendimiento, desechando el experiencialismo constructivista, levantando las sospechas de objetivismo que se han hecho recaer sobre el Aquinate y el pensamiento tradicional.

Podemos comenzar volviendo a poner en su lugar la fe y la razón, lo infuso y lo adquirido, lo natural y lo sobrenatural, la esencia y la existencia, el sujeto y el objeto, la causa primera y la causa segunda, la subordinación del hombre a la soberanía de Dios, la autoridad y la potestad (como tanto insistía Alvaro d´Ors).

Podemos comenzar reconociendo los deberes objetivos que toda sociedad tiene con Dios, dejando de interpretar la vida moral en términos de derechos subjetivos; reconociendo la subordinación de las leyes civiles a la ley natural; revitalizando el derecho canónico y penal, dando a la justicia de la religión el lugar que tiene.

Podemos comenzar por donde lo dejaron nuestros antepasados en el Cuerpo de Cristo, antes del gran eclipse del Doctor Común, antes de la sustitución.
 
David Glez Alonso Gracián

InfoCatólica.  Blog: la mirada en perspectiva  2/8/18

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