El eslogan “Una universidad para todos” se ha transformado en uno de los caballitos de batalla preferidos del discurso sofístico, mendaz y manipulador que abunda por nuestros días. Las voces de los políticos, de los políticos–académicos y de los progresistas “preocupados” de la gente lo reproducen insistentemente.
Sin embargo, pese al embotamiento a que son sometidos nuestros cerebros, no debemos dejar de formularnos algunas cuestiones que nos permitan ver qué se esconde detrás de esta sentencia políticamente correcta.
Una Universidad para todos... los que son capaces
Una Universidad para todos… los que son capaces
¿Quiénes son todos? Nos parece que el “todos” del eslogan designa a todos y cada uno de los hombres que habitan nuestra Argentina. Pensar distinto, sentencian estos sofistas, sería discriminar, hacer de la universidad un lugar ocupado por una elite. Observemos que en esta postura no se tienen en cuenta las formalidades de los potenciales candidatos para la universidad. No se consideran, por ejemplo, la capacidad y la preparación adecuadas que debieran tenerse para ingresar y egresar de la misma, sino solamente el hecho de poseer una naturaleza humana, el hecho de ser hombre y habitar este territorio.
Imaginemos por un momento que se aplicase esta misma lógica en el campo de la música, del ballet, del teatro, etc. Me imagino haciendo una marcha en contra de las autoridades del ballet nacional porque no me dejaron ingresar como bailarín. Si mi reclamo tuviese éxito, el ballet nacional pasaría a mostrar a hombres sólo capaces de hacer grotescos movimientos, lo cual conduciría a la ruina del ballet nacional.
Ciertamente que los sofistas que supimos conseguir no llegan a plantear un ballet para todos, una música para todos, un teatro para todos… aunque sí una universidad para todos. El resultado es manifiesto: la destrucción de la vida universitaria. Y cuando digo “vida universitaria” estoy pensando en aquella búsqueda incesante de maestros y de estudiantes de la verdad, y de la comunicación de los vestigios que vayan encontrando de la misma. Esta tarea exige, por parte de todo el que se precie de universitario, de una vida dedicada al estudio, la cual a su vez necesita de importantes bibliotecas.
Pero si la universidad para todos ha dejado de cultivar el saber, ¿a qué se dedica, entonces? Los sofistas, propiciando en la universidad la presencia de hombres totalmente ajenos a la búsqueda de la verdad, subordinan a esta venerable institución a sus propios fines. Así, la universidad se convierte en una bolsa de trabajo que permite al poder político extender sus tentáculos y sostenerse; se transforma en un trampolín para ocupar puestos de poder cada vez más relevantes; pasa a ser una aceitada maquinaria electoral necesaria para acaparar los cargos más relevantes de la conducción universitaria, etc.
Como podemos apreciar, los “todos” no son fines sino sólo instrumentos ordenados a la consolidación del poder político de turno. El resultado es claro: la destrucción de la esencia y de los fines propios de la benemérita institución que en Occidente ha sido designada con el nombre de universidad.
Una vez más, la actual lógica praxística del poder político termina vaciando de contenido a otra institución de la sociedad. Procede del mismo modo cuando, no respetando la naturaleza propia de las instituciones, pone al frente de los hospitales, de los Ministerios de Educación, a “punteros” políticos en lugar de hombres preparados.
Es necesario luchar por una universidad para todos, pero para todos aquellos que sean capaces de ser universitarios, sin tener en cuenta su condición social o económica. En una palabra: una Universidad para universitarios.
Enero 12, 2014
Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!
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