¿Lo sorprendió su designación?
Sí, efectivamente. Yo estaba trabajando como obispo de la diócesis de Papantla en México. Fue en el mes de septiembre cuando recibí a las 5 de la mañana una llamada telefónica del nuncio apostólico monseñor Christopher Pierre. Él me estaba llamando desde Francia.
Él acostumbra en unas semanas del mes del septiembre pasar sus vacaciones con su familia. Yo contesté el teléfono pensando que era el despertador. Él simplemente me dijo: “monseñor Jorge Carlos, te hablo desde Francia, soy el nuncio apostólico, me acaba de hablar el secretario de estado el cardenal Bertone y me dice que un mexicano será el encargado de esta nueva Secretaría para Seminarios que se va a iniciar en la Congregación del Clero. Así de sencillo: era el deseo del Santo Padre. Yo automáticamente brinqué de la cama y dije “¿qué?”, totalmente sorprendido, pellizcándome, pensando que estaba soñando. Monseñor Christopher repitió lo que había dicho unos minutos antes y yo simplemente contesté lo que he contestado en cada ocasión que la Iglesia me pide algo. Desde que me ordenaron sacerdote, el arzobispo monseñor Castro Ruiz me enseñó algo que aprendí en el seminario de Yucatán en México, durante toda mi formación: que a lo que nos pida la Iglesia hay que decir que sí al estilo de María y después ver cómo cumplir la voluntad de Dios. La actitud siempre debe ser de un sí total. Porque uno descubre las razones por las cuales Dios le llama a una misión cuando es capaz, en la total confianza, fe y en el amor a la Iglesia, decir que sí. Esto es lo que he hecho de mi vida en estos 26 años de sacerdote.
¿Tuvo temor?
La verdad es que he aprendido a decir sí, y después uno vence los temores y los miedos porque ya dijo el sí aprobatorio. Recuerdo que desde seminarista aprendí a hacer eso: decir que sí. Esto me sucedió cuando me pidieron ser formador, que estudiara en Roma, ser rector del seminario, obispo coadjutor de Papantla, también cuando recibí la nominación para ser el obispo titular de Papantla… Después de decir que sí aparecen las preguntas pero en la confianza total de que uno no está buscando esto sino que es Dios el que hace una llamada de sus planes a través de los instrumentos de la Iglesia que son las personas que tienen que tomar las decisiones para que una misión se realice. Esto también los aprendí a través de los años porque en muchas ocasiones me ha tocado participar en la toma de decisiones para bien de la Iglesia donde se involucra la vida y la vocación de muchas personas. Yo sé que cuando se toman estas decisiones hay mucho de estudio, de discernimiento, de oración, de consenso en las partes responsables. Cuando a uno le toca una propuesta, como las que me han tocado en mi vida, es porque se ha movido el Espíritu Santo en las instancias en las que se debe mover. Uno no sabe los porqués: se los descubre cuando se está en la misión. Así ha sido en mi vida: cuando he entrado en las tareas que me ha encomendado la Iglesia descubro ahí el porqué y el para qué. Pero si uno no se lanza, jamás se descubrirá por qué Dios te pide dar un servicio en un lugar determinado.
“Mi pueblo son los seminaristas y los sacerdotes del mundo entero”.
¿Cómo fueron sus primeros momentos en Roma?
Terminé mi tarea en México el domingo de Cristo Rey cuando clausuramos el Año de la Fe en la diócesis de Papantla. Hasta que me subí al avión que me traía a Roma fui consciente de que dejaba a un pueblo, a mi pueblo que Dios me había regalado desde hacía cuatro años como obispo. Y la primera pregunta que se me vino a la mente, al corazón en el avión fue ¿quién va a ser mi pueblo? Porque ningún sacerdote, ningún obispo, es un servidor sin pueblo de Dios. Y ahí, cuando en silencio en el avión, la respuesta fue muy sencilla: tu nuevo pueblo son los seminaristas, son los sacerdotes del mundo entero. Con esa visión llegué a Roma: de que el servicio que iba a prestar —y estoy prestando— en el Vaticano, de una colaboración muy estrecha con el Santo Padre, es para servir a esa parte del pueblo de Dios que son los jóvenes que están discerniendo su vocación en las casas de formación y en los seminarios, y también a mis hermanos sacerdotes que están formando permanentemente. Ésta es la respuesta que encontré interiormente.
Llegué temprano en la mañana al aeropuerto de Fiumicino, y allí me estaban esperando monseñor Stella (el nuevo prefecto de la Congregación del Clero) y un sacerdote. Lo primero que hicieron fue llevarme a la casa Santa Marta en el Vaticano, donde dejé las maletas en la habitación, me di un buen baño, una buena rasurada, a los pocos minutos estaba cruzando la plaza de San Pedro y llegando a las oficinas de la Congregación del Clero. Me tomó 8 minutos llegar de la casa Santa Marta hasta la Congregación del Clero. Allí me presentaron ante los sacerdotes y laicos que trabajan en esa Congregación.
Así comenzó ese día. Era un mundo totalmente nuevo aunque había estado en Roma como estudiante y mi vida transcurrió entre el Colegio mexicano de Roma y la Universidad Gregoriana. Nunca había entrado a una congregación de la Santa Sede, ni en la casa Santa Marta, ni en los interiores del Vaticano. Como estudiante visité únicamente la Basílica de San Pedro. Ese día empecé a entrar, hasta físicamente, a un ambiente totalmente nuevo. Conocí personas nuevas que trabajan y viven en el Vaticano. Ese mismo día, al terminar lo que fue conocer ese segundo piso de esa Congregación en el Palacio de los Dicasterios, a la una y media de la tarde entré a la casa Santa Marta a la hora de la comida y allí viene una sorpresa: mientras yo estoy entrando, el Papa Francisco estaba saliendo de una reunión, me vio, vino a mí y me dijo “bienvenido”. Y también me dijo una frase que me dejó mudo: “Aquí estoy en lo que pueda servirte”. Cuando me recompuse le dije: “Santo Padre, yo soy el que está aquí para servirle”. Y él sonrió y hasta se rió de mí y de mi respuesta, un poco de la broma que había hecho. Me dio una palmada en el hombro y me dijo: “Bienvenido y después hablamos”.
Hermosa recepción.
Lindísima, natural y muy espontánea. Todo ese primer día fue así. Esa misma tarde, alrededor de las siete y media, entré a la capilla a rezar vísperas y hacer oración a nivel personal. Después de estar unos minutos sentí que alguien entró por la parte de atrás y mi sorpresa es que quien estaba detrás de mí era el Papa Francisco que también estaba orando en ese momento. Esos dos momentos fueron para mí una bendición de Dios. Y parecía como un sueño: las vivencias, el lugar donde comí, donde estaba rezando, donde celebré la eucaristía… todo ese ambiente nunca lo pensé vivir en mi existencia.
“Me ha ayudado muchísimo la experiencia de haber trabajado en América latina”
Su función es absolutamente nueva en esta área de la Congregación para el Clero.
¿Cómo es crear un espacio nuevo junto al prefecto Beneamino Stella, conociendo la fuerte expectativa que significa esta renovación en los modos de trabajo de la curia romana que, con firmeza, va introduciendo el Papa Francisco?
La atención a los seminarios se realizó en las últimas décadas a través de un dicasterio de la Congregación de la Educación Católica. Y fue en enero del 2013, cuando el Papa Benedicto XVI toma la decisión de transferir la atención de los seminarios a la Congregación del Clero. Evidentemente, cuando llegamos monseñor Beneamino Stella y un servidor, la novedad es que somos nuevos: nuevo el prefecto y nuevo el primer secretario para los seminarios.
Durante estos primeros meses nos hemos dedicado tanto a presentar nuevos proyectos al Papa como para organizar un nuevo equipo y revisar todo aquello que se ha realizado para de eso retomar lo bueno, e impulsar una renovación de los seminarios desde una colaboración más estrecha de los obispos, de los rectores, de los formadores, instancias nacionales como las organizaciones nacionales de seminarios como las instancias continentales; en este caso sería el propio CELAM en el Departamento de Vocaciones y Ministerios.
A mí me ha ayudado muchísimo la experiencia de haber trabajado en América latina. Agradezco a Dios tal vez cuando hace años me pidieron bajo la Organización de Seminarios de América Latina (OSLAM) presidir esta organización de servicio pues nunca me imaginé que los planes de Dios eran únicamente a corto plazo: que yo aprendiera y compartiera muchas cosas en la OSLAM. Nunca me imaginé que todo ese trabajo allí y después los dos años que estuve en el Departamento de Vocaciones y Ministerios del CELAM me iban a ayudar a esta nueva tarea y misión de un corte universal.
Esta experiencia latinoamericana me ha servido muchísimo para que al hablar con los obispos y presentar proyectos exponer la posibilidad de que en Europa trabajemos juntos, también en América del Norte, especialmente en Estados Unidos y Canadá, en un ambiente colaboración donde las aportaciones y descubrimientos que se hacen en cada país sirvan de riqueza para otros países. Y que la Congregación del Clero sea como un hermoso receptáculo de las experiencias, esperanza y proyectos que se están llevando a cabo ya en muchas partes.
Vinculado a su tarea puntual, ¿qué diferencias existen entre un seminario diocesano y otro de comunidad? ¿Cómo evalúa la intervención del factor cultural?
Todo lo que se refiere a la vida religiosa está bajo el cuidado del dicasterio de la Congregación de los Religiosos. Es interesante resaltar que en el palacio de las congregaciones aquí en el Vaticano, en el primer piso se encuentra el dicasterio de los religiosos, en el segundo piso la Congregación del Clero (donde están los seminarios diocesanos) y en el tercer piso la Congregación de la Educación Católica. Los tres tenemos puntos de enlace pero existe una diferencia. Hay que ver muy claramente que quien tiene una vocación a la vida consagrada bajo un carisma específico y bajo unos votos muy concretos, primero es religioso y después, dentro de la vocación a la vida consagrada se descubre y se forma para ser sacerdote.
En el caso del sacerdote diocesano es desde ese contacto con la diócesis que el joven descubre su vocación de ser buen pastor. Los seminarios diocesanos dependen directamente del obispo diocesano y las congregaciones religiosas son las que se encargan de la formación específica de los sacerdotes dentro de una comunidad de vida consagrada.
Hay matices de diferencia. Lo que sí es cierto es que tenemos mucho en común, porque la Carta Magna de la formación sacerdotal —Pastores Dabo Vobis— junto con los documentos conciliares y post conciliares que han sido muchísimos, las normas básicas de la formación son los mismos. Los matices son diferentes porque la vida consagrada tiene carismas muy concretos, cada congregación tiene un estilo de vida comunitaria lo que es una riqueza para la Iglesia. En cambio, los seminarios diocesanos tienen una espiritualidad netamente diocesana.
Por otra parte, tú me comentabas sobre las diferencias culturales. Lo maravilloso de la educación es que tanto la relación con la familia, la propia cultura y la personalidad enriquecen la conformación de la vocación sacerdotal. También hay que tener en cuenta que lo personal, lo familiar y lo cultura pueden ser limitantes a la acción del Espíritu Santo en la persona. Entonces, hay un intercambio muy intenso entre el evangelio que entra al corazón de la experiencia personal, familiar y cultural. Las tres: porque cada uno tiene una historia personal, una historia de la familia y una historia más amplia que es la de la propia cultura. Y es ahí donde esa riqueza hace que tengamos que descubrir precisamente las características concretas de una cultura, de ambientes familiares y también de la persona.
Podemos tener muchos planes, proyectos e itinerarios de formación pero tenemos que ser muy respetuosos porque por una parte, he comentado que los planes de Dios toman la parte positiva de la persona, la familia y de la cultura para que se integren en la identidad de un sacerdote. Al mismo tiempo, esa realidad personal, familiar y cultural debe ser transformada y conformada de acuerdo con el corazón de Cristo buen pastor. Esto puede sonar un poco abstracto pero quienes nos hemos dedicado a la formación sacerdotal sabemos que es como caminar en el crecimiento y desarrollo de un hijo. Los formadores son padres espirituales y quienes han tenido la gracia en el matrimonio de tener hijos saben muy bien que estas palabras, en el día a día se convierten en una realidad.
“El seminario será un ensayo de que lo que el sacerdote va a vivir toda su vida: va a vivir con la gente, entre la gente.”
Vayamos al tema de la formación de formadores para los seminarios.
¿Percibe usted aquí una deuda en la formación intraclesial con perspectivas de cambio? ¿La pluralidad de miradas dentro de la Iglesia se interpretan como riquezas, o también como incógnitas a resolver en equipos interdisciplinarios como el que usted está conformando?
Uno de los grandes retos de la formación hoy es la formación de formadores. En todas las reuniones que tenemos con obispos, formadores y rectores de seminarios aparece la necesidad urgente de que los formadores descubran esa vocación específica de ser formador. Porque las generaciones actuales necesitan de un acompañamiento personalizado bien fuerte. Es una realidad que la mayoría de los jóvenes de hoy no cuentan con una presencia materna o paterna en las familias como las teníamos en el pasado. Es cierto que nuestras familias tienen una conformación radicalmente nueva lo que trae una serie de consecuencias que es necesario tener en cuenta; el joven futuro sacerdote debe tener una amplísima y profunda experiencia de relación y de encuentro cotidiano con Dios pero de relación y de encuentro cotidiano con los demás: con la comunidad, con las personas, con las familias, con los niños, con los jóvenes, con los pobres. Simplificaría todo esto diciendo que el sacerdote de hoy tiene que estar muy cercano a Dios y a la gente.
A veces no es muy fácil. Muchas de las situaciones que nosotros vemos, donde no se transparenta el amor de Dios en las vidas sacerdotales, se deben a las lejanías que se tienen al propio Jesús del Evangelio, y a la lejanía al pueblo de Dios. Pero hay muchas razones para esto: culturales, familiares, situaciones de la propia historia de la persona, que los distraen o los hacen caer en una serie de tentaciones que terminan conformando una persona lejana al Jesús que le llama y lejana al pueblo de Dios que también le llama para ser parte de él y para servirle. Necesitamos de una experiencia importante en los seminarios, donde la cercanía con Dios y la vida comunitaria en las múltiples relaciones se haga realidad tanto en lo interno como en lo externo. Y digo interno porque la experiencia comunitaria del seminario es la primera gran experiencia de Iglesia amplia que tiene un joven.
Cuando nosotros, porque así es la vida, hablamos de nuestra Iglesia, de nuestra parroquia, de nuestro grupo apostólico, la familia, nuestro barrio, nuestra diócesis. Pero cuando uno entra al Seminario entra en contacto con jóvenes de Iglesia que han tenido otras experiencias de Iglesia. Entonces comienza un tipo de convivencia eclesial y de espiritualidad muy compleja, sumadas a una serie de experiencias humanas muy complejas. Esto es nada más un ensayo que lo que el sacerdote va a vivir toda su vida: va a vivir con la gente, entre la gente.
A quienes él va a servir no van a ser copia fotoestática de su propia experiencia sino que va a tener que ser sacerdote para todos los niveles sociales, culturales, incluso con niveles ideológico-políticos, de todas las edades. Exige una madurez de la persona, una experiencia gozosa natural de interrelación con los demás y de encuentro continuo con Cristo. Es lo que hace necesario que el formador esté siempre presente. Yo estoy hablando con términos y palabras pero o se tiene-vive la experiencia acompañada-guiada o simplemente nos quedamos en la pura teoría. Ninguno de nosotros aprende a amar, servir, a pelearse un poquito, a ver las diferencias, a perdonar, sacrificarse, si uno no vive estas experiencias en una familia, en una comunidad. La familia es como la primera escuela de un niño, un adolescente.
El seminario sigue siendo la segunda escuela. Pero estas escuelas son para que ese sacerdote viva para la sociedad del mundo actual que es muy compleja, muy variada, y que exige del sacerdote experiencias de vida no como una teoría. Y aquí entran los formadores. Ningún seminario se puede entender sin la presencia paternal, cercana, fraternal, de compañero de camino de un sacerdote. De ahí la importancia de formar a los formadores. Y que los formadores descubran una vocación específica en esto. Algunos obispos encuentran dificultad en que los sacerdotes diocesanos encuentren en su labor de servicio dentro de un seminario la plenitud pastoral de un sacerdote.
Voy a comentar algo muy personal que puede iluminar esto. ¿Y por qué hablo con tanta emoción? Porque me ha tocado muchos años ser formador, rector de seminario y acompañar a muchos formadores y rectores.
Hace unas semanas mi papá fue llamado a la casa del Padre. ¿Y sabes quién le dio la absolución? ¿Sabes quién le dio la unción de los enfermos? Fue uno de los muchachos, de allá en Mérida, Yucatán, que yo recibí en el seminario menor. Y recuerdo muy bien que este muchacho con pelo largo… Muchos de los formadores decían “este tipo de muchacho no debe entrar al seminario”. Y el padre espiritual del seminario el padre Pedro Echeverría y este servidor decíamos. “No. Todo muchacho que tenga una inquietud vocacional y que esa inquietud le haga cambiar profundamente su estilo de vida, sus perspectivas, lo transforme… ese joven tiene un espacio en el seminario”. Ese joven, que algunos no querían que entrara al seminario, y que hoy es un excelente sacerdote, fue el que le dio los auxilios espirituales últimos a mi papá. Yo estuve feliz de la vida de que en la misa pública que se celebró estuviera él, joven, el padre Raúl. Aquel sacerdote amigo con el que compartí el ser formador. Apoyamos a este adolescente para que llegara a ser sacerdote. Estoy colocando aquí un ejemplo muy personal pero podría mencionarte muchísimos ejemplos de gran satisfacción como padre espiritual. Me sentí siempre como un padre espiritual de muchísimos sacerdotes porque compartí muchas cosas con ellos.
Podría contar muchos otros ejemplos. Lo fascinante de ser formador es que descubre uno en cada joven una historia nueva. Uno nunca se pude aburrir en un seminario. Porque es como un papá o una mamá: ¡tú nunca te aburres de tus hijos! Cada hijo es una historia diferente que se descubre cada 24 horas. ¡Qué sorpresas nos da la vida!
La cuestión de los formadores es clave en la renovación de los seminarios. Nosotros podemos crear muchos itinerarios formativos, podemos tener estructuras y contenidos perfectos, pedagogías admirables pero si no tenemos buenos formadores —formadores que amen ser formadores—, que disfruten siendo pastores justamente en la formación, si no tenemos eso no vamos a poder transmitir a las nuevas generaciones los valores y la belleza del sacerdocio. Y no vamos a poder ser instrumentos de transformación del corazón y la vida de los jóvenes. Lo importante no es cómo lleguen los jóvenes al seminario sino qué proceso de transformación transitan, cómo salen los jóvenes del seminario, con un corazón sacerdotal y una vida cristiana sacerdotal que renueve a la Iglesia.
Se habla de “crisis de vocaciones” religiosas. ¿Cuál es su valoración de esta afirmación?
Me ha tocado en dos meses entrar en contacto con una gran cantidad de obispos de toda América y de Europa. Cuando se habla de crisis vocacional habría que tener mucho cuidado porque podríamos estar hablando de situaciones muy locales que son muy ciertas. Hay países en los cuales es dramática la escasez de la vida consagrada y la vida sacerdotal. Y, en cambio, hay otras partes del mundo donde se ve una presencia muy alentadora de jóvenes en los seminarios. Esto nos hace ver y prever que Dios sigue llamando a los jóvenes y colocando semillas vocacionales.
Hay una situación que mencionamos mucho con los obispos y los formadores: es sobre el papel de la Iglesia en relación a la pastoral familiar, la pastoral juvenil y la cercanía con los pobres. Precisamente hoy, conversando con un grupo de obispos, hablábamos de esos ejes trasversales, prioridades que se delineaban en Puebla para toda América latina. Digo esto porque todas las vocaciones a la vida consagrada y a la vida sacerdotal son desarrolladas en ambientes familiares, juveniles y muy pobres. Si la Iglesia no está “vocacionalizando” estos ambientes, vamos a perder esas semillas que Dios coloca ahí. La vocación es un llamado. Creemos que en este mundo secularizado las semillas están ahí. El mundo secularizado ha entrado muy fuertemente en las familias, en la juventud y en todos los estratos sociales, de los pobres a los ricos. Entonces la pregunta es: la Iglesia, en su pastoral vocacional, ¿está llegando a esos ambientes con la fuerza que debería?
Si nosotros no llegamos con la novedad de que la vida debería vivirse desde una vocación, el mundo hace que los niños, los jóvenes y las familias, tomen la vida como una profesión. Simplemente y con todo lo que implica. Hay cosas muy básicas que tenemos que retomar e impulsar.
“El abuso sexual en los seminarios es una llaga abierta en el corazón de la Iglesia.”
El abuso sexual en los seminarios de formación sacerdotal es un tema recurrente. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Cómo aborda el tema?
La realidad es muy dolorosa. Es una llaga abierta en el corazón de la Iglesia. El Papa Benedicto XVI ha tenido la valentía, justamente en el año sacerdotal, de pedir que entremos en una purificación en la Iglesia y esto nos hace mucho bien. No hay que descuidar en este tema que, gracias a Dios, tenemos excelentes sacerdotes, ejemplos de santidad y cercanía con la gente, que mantienen viva la presencia sacerdotal coherente y alegre en medio de nuestro pueblo. Sin embargo, existe la otra parte, dolorosa, y que no existe solamente en los seminarios sino en muchas instituciones —inclusive en la familia— y circunstancias en donde están los niños.
Lo que es una realidad es que la vocación sacerdotal tiene que fundamentarse en una sana humanidad y en una vida cristiana que poco tienen que ver con este tipo de patologías. Por una parte tenemos que ayudar a los jóvenes que atravesaron algunas de estas situaciones de vida a sanarlas para después poder ellos ofrecer sus propias vidas para sanar a otros. Y esto no necesariamente tiene que hacerse dentro del seminario. Por eso hablamos mucho de la formación humana, cristiana. La maduración se hace antes del seminario.
“Nunca como hoy lo de fuera está dentro del seminario a través de las redes sociales y todo el mundo de la comunicación.”
Usted fue coordinador de la Comisión de Medios de Comunicación Social de 1994 a 2000 en la arquidiócesis de Yucatán…
Fue de esas cosas que me llamaron un día a hacerlo, no sabía nada, dije que sí y ahí aprendí. Nunca estudié nada de comunicación, nunca estuve ante una cámara de televisión como seminarista, nunca en un programa de radio. Jamás. Dije que sí a la misión y aprendí lo poco que sé.
La globalización, la cotidianeidad de la presencia de los medios de comunicación, la vida en la red (Internet), ya como contexto socio-cultural actualísimo, ¿son tomadas en cuenta a la hora de decidir currículas y marcar orientaciones en los seminarios?
Es un tema recurrente cada vez que vienen los obispos a hablar de los seminarios. Es un tema sobre el que se han dicho algunas cosas, se han experimentado otras. Una de las tareas prioritarias que tenemos dentro de las normas básicas de la formación es que este tema (y otros) puedan ser incluidos de una manera explícita. Trabajo que ya hemos comenzado. Hay muchas experiencias, en muchos seminarios, con muchos tipos de resultados.
Debemos ser humildes en esto para reconocer que tenemos que compactar las experiencias para dar respuestas más adecuadas a una realidad que se nos adelantó, nos sobrepasó. Sin embargo, existe, hay muchas cosas positivas y tenemos que entrar en ella. La relación con los medios de comunicación es uno de nuestros pendientes y sobre todo la relación con el mundo digital, Internet, que entra en el corazón, en las conciencias, en la vida, en la estructura interna del seminario. Esa es la gran novedad. Nunca como hoy lo de fuera está dentro del seminario a través de las redes sociales y todo ese mundo de la comunicación. Entonces replantea el seminario una nueva relación con el mundo: porque ese mundo no está afuera sino que está adentro ya de la familia, de las mentes, del corazón, de las comunidades.
Es un espacio más de encuentro.
Efectivamente. Un espacio más de encuentro dentro de un conjunto de encuentros. Y voy a volver sobre lo que platicábamos: el sacerdote debe ser un hombre de encuentro. De encuentros múltiples y equilibrados. Ahí está el reto. Si el sacerdote se dirige únicamente a un tipo de encuentro, aunque sea muy bueno, se acaba el carisma universal del sacerdote. El sacerdote tiene que encontrarse a través de los medios de comunicación, de lo digital, del contacto sacramental personal, con todo tipo de personas, todo tipo de circunstancias.
¿Cómo educar para que esos encuentros sean encuentros múltiples y equilibrados, que transparenten la universalidad del corazón de Cristo que ama a todos y está cerca de todos?
Hay que colocar al mundo digital y de la comunicación dentro de la cultura del encuentro, en términos del Papa Francisco. La cultura del encuentro dentro de los seminarios es un tema vastísimo que yo estoy disfrutando porque yo sé que cuando se coloca ese tema para platicar en los seminarios —lo he hablado aquí con seminaristas, sacerdotes y obispos de todo el mundo— es sacar un baúl de experiencias, temores, esperanzas y deseos. Y es maravilloso.
“En materia tecnológica, todo lo que he aprendido lo hice a través de los jóvenes.”
¿Cómo se vincula usted con la tecnología?
Voy a ser muy sincero y humilde: todo lo que he aprendido lo hice a través de los jóvenes. Y no de una manera escolástica, en una clase: fue de manera cercana, de encuentro y bien práctica. Nunca he tomado un curso de computación, ni de Twitter ni Facebook. En cuestiones muy prácticas me enseñan cosas concretas que son las que uso tanto en mi iPhone como en las redes. Y creo en eso. Creo que los jóvenes de hoy tienen mucho que enseñar a la generación adulta y mucho que aportar dentro del seminario para que los propios formadores aprendamos, no solamente de esta era tecnológica y digital, sino un nuevo lenguaje; un nuevo tipo de encuentro que viene de una generación que no es la nuestra pero que Dios nos regala la gran oportunidad de compartir con esta nueva generación, con los medios de comunicación, que es la tarea de la evangelización. Lo veo de una manera muy positiva. Esta experiencia personal ya habla de un modo nuevo de aprendizaje-enseñanza. Se trata de una pedagogía muy práctica, tan práctica que logran como meterse en nuestro mundo. Veo cómo los nietos enseñan a los abuelos a usar Internet, watsapp, entrar a Facebook y Twitter. ¿Qué significa esto? Que estas nuevas generaciones tienen la capacidad de entrar al esquema del adulto para enseñarles algo. Y son bastante pacientes, ¿no? Los jóvenes me han enseñado con pocas palabras, simplicidad, practicidad y cariño que yo agradezco muchísimo. Me gustaría que esta experiencia la vivieran muchos obispos y sacerdotes. No tener miedo de lo que los jóvenes tienen para enseñarnos. Y no solo en lo tecnológico sino en lo referido a la cultura del encuentro.
“Seguir la escuela de Francisco hace que los valores del evangelio no pasen por una teoría sino por la misma vida.”
Hablando de cultura del encuentro, aparece inmediatamente el Papa Francisco.
¿Cuál es su relación con el Santo Padre al día de hoy y qué interpreta usted que le interesa a él fundamentalmente sobre los seminarios y la vida religiosa?
Voy a decirlo con una palabra. La gracia que algunos de nosotros estamos experimentando al vivir en la misma casa donde está el Papa, verlo prácticamente todos los días en el comedor, en la capilla, en la vida ordinaria, en su trabajo, donde se levanta a las 4.30 de la mañana, de 5 a 7 hace oración, estudia; lo vemos en su agenda de trabajo, en su simplicidad y sencillez porque come, desayuna, cena lo mismo que nosotros: todo esto es una gran inspiración. Nos permite ver que es posible vivir en la sencillez del evangelio la profundidad del evangelio, por una parte.
Segundo, esta inspiración que el Papa nos da con su vida diaria creo que debe ser un modelo de inspiración para que obispos y sacerdotes seamos inspiradores para la nueva generación, para los jóvenes que tienen semillas vocacionales. Seguir la escuela de Francisco —cuyo propio testimonio de vida en la convivencia cotidiana— hace que los valores del evangelio pasen no por una teoría, no por un esquema intelectual sino que se transmitan por la misma vida, por la misma experiencia espiritual cotidiana. Su ejemplo cotidiano nos da una gran luz en lo que deben ser las relaciones entre obispos-sacerdotes-formadores-seminaristas.
Cuando tuve oportunidad del hablar con el Papa Francisco sobre los seminarios, una palabra que él me repitió mucho fue “diálogo”. Desde la Congregación del Clero que estemos abiertos a dialogar, a compartir, a encontrarnos. Esto nos va ayudar mucho a discernir qué es lo que quiere Dios en los siguientes años para la formación sacerdotal. La formación sacerdotal, como cualquier proceso de educación, es dinámica. Tenemos que estar siempre en dialogo entre nosotros mismos y con el Espíritu Santo para dar los pasos adecuados, los que con cada generación van a ser diferentes. Nuevos retos.
Y, por supuesto, el deseo del Papa Francisco de que cada sacerdote sea un gran discípulo de Cristo a través de su encuentro con él para ser un gran misionero. Estas palabras, discípulo y misionero, implica ser un aprendiz-alumno cercano de Jesús y estar siempre en contacto con la gente, con la misión. Estas son palabras recurrentes del Papa, no únicamente vinculadas a la formación sacerdotal sino a toda la vida cristiana. De una manera muy sencilla, da pautas muy claras que iluminan sobre qué dirección tomará todo el entramado complejo —otra palabra que el Papa ha usado— de la formación.
Lo diría así: necesitamos ejemplos-testimonios inspiradores de vida, hoy, en nuestros seminarios de formación, y necesitamos ese encuentro constante con Cristo y con la gente. Ser discípulos y misioneros.
Compartimos algunas frases del Papa Francisco recogidas por La Civilta Católica, en ocasión de la 82° Asamblea General de la Unión de Superiores Generales de los Institutos Superiores Masculinos (27 al 29 o noviembre 2013, Roma). Háganos un comentario cortito a propósito de cada una de ellas:
--“Los religiosos deben ser hombres y mujeres capaces de despertar al mundo.”Hoy el mundo vive dormido, sumergido en el egoísmo, el placer, en un tipo de depresión, de competencia, de insatisfacción. Debemos despertar porque la vida es para vivirla no para morir. Hay una cultura de muerte y entonces debemos ser mensajeros de vida.
--“Un religioso que se reconoce débil y pecador, no contradice el testimonio que está llamado a dar sino que sobre todo lo refuerza y esto hace bien a todos.”
Toda experiencia vocacional, sacerdotal, de la vida consagrada, como toda experiencia vocacional cristiana parte de la misericordia de Dios: Dios que nos ha perdonado, amado. Somos los hijos pródigos que regresan a la casa del Padre; todos sin excepción. El gran poder de Jesús es transformar nuestras debilidades en la belleza del amor, en la capacidad de poder amar a imagen y semejanza de Dios. Y eso es una vocación, vocación al amor.
--“Quien trabaja con los jóvenes no puede detenerse a decir cosas demasiado ordenadas y estructuradas como un tratado, porque estas cosas les resbalan a los jóvenes.”
Los jóvenes nos enseñan una manera nueva de comunicarnos. Debemos aprenderla.
--“Los religiosos y las religiosas son hombres y mujeres que iluminan el futuro. (…) Ser profetas puede significar (…) hacer lío.”
El profetismo es una de las características de la vida cristiana y de cualquier vocación consagrada y de vida sacerdotal porque el Evangelio es una novedad. Hoy el mundo necesita de esa novedad. Hoy es nuevo-nuevo decir que la vida debe estar por encima de la muerte, el amor trascendente sobre el propio egoísmo. Es nuevo hablar de no buscarse a sí mismo y buscar el bien de los demás, y es nuevo colocar a Dios en el centro de la vida personal, familiar y social, cuando generalmente colocamos allí nuestros propios gustos y caprichos personales. El profetismo de hoy y siempre del Evangelio.
--“Los pilares de la formación son cuatro: espiritual, intelectual, comunitario y apostólico. (…) Los cuatro pilares deben interactuar desde el primer día de ingreso al noviciado y no deben ser estructurados en secuencia.”
Uno de los retos y también de las bellezas de la formación es el poder integrar y vivir como una sola experiencia todas las dimensiones de la formación cristiana y sacerdotal.
--“Es necesario vencer esta tendencia al clericalismo.”
Debemos ser discípulos y misioneros de Cristo. Hay que apartarnos de todo tipo de pensamientos, sentimientos, actitudes y estructuras clericales. Todos formamos parte del pueblo de Dios y cada vocación tiene una misión concreta de servicio que debe ser expresión de un amor trascendente que trasmita la libertad y la alegría del Evangelio. Todo esto es mucho más importante que el clericalismo por eso tenemos que superarlo.
--“La formación es una obra artesanal, no policíaca. Tenemos que formar el corazón. De otro modo formamos pequeños monstruos. Y después estos pequeños monstruos forman al pueblo de Dios. Esto realmente me pone la piel de gallina. (…) No tenemos que formar administradores, sino padres, hermanos, compañeros de camino.”
La formación cristiana, la vocación a la vida consagrada, la vocación sacerdotal, pasan por la formación del corazón. No debemos equivocarnos y distraernos en los elementos secundarios que son indispensables y necesarios dentro de la educación y la formación. Pero si no se toca el corazón de cada ser humano, si el corazón no es tocado por el propio Jesús de absolutamente nada sirve una estructura formativa en la Iglesia.
--“Los obispos tenemos que entender que las personas consagradas no son materiales de ayuda sino que son carismas que enriquecen a la diócesis.”
Los obispos formamos parte de este gran pueblo de Dios. Como parte de él, compartimos y debemos apreciar las riquezas de todas las vocaciones. Una misión del obispo es promover todas las vocaciones y todos los carismas dentro de la Iglesia para bien de la sociedad.
¿Cuáles son las actividades, proyecciones que su área tiene planeadas y en carpeta para este año 2014. El 2015 también tendrá como eje a la Vida consagrada. ¿Eso lo involucra de algún modo?
Durante este año vamos a trabajar fuertemente desde Roma para, precisamente, recibir a muchos obispos que van a venir a sus visitas Ad Limina. Con todos ellos trataremos este tema de la formación sacerdotal y la situación de los seminarios. También vamos a entrar en relación desde Roma y en algunas visitas que se harán a algunos países, estaremos en contacto directamente con los formadores y rectores, y con las propuestas nacionales y continentales que se tengan. Continuaremos con una serie de visitas a 70 casas sacerdotales y seminarios de diferentes países que están instaladas en Roma. Somos muy conscientes de que muchas de las personas que están aquí en Roma hoy estudiando y formándose serán más adelante formadores en el seminario o van a intervenir de alguna manera como formadores dentro de la formación permanente del clero. Es una buena oportunidad para que con ellos hagamos un camino de preparación y formación para el servicio que van a prestar en el futuro, en todo el mundo, en sus diferentes diócesis. Un trabajo muy intenso de interrelación y diálogo que a mí me emociona porque es fascinante aprender un poco todos los días. En el mismo sentido, también lo es compartir lo que uno ha aprendido con otros hermanos que están trabajando en todos los rincones del mundo para que la Iglesia se renueve. No hay una renovación en la Iglesia si no hay una renovación vocacional real, viva, constante de la vocación cristiana, de la vida sacerdotal, de la vida consagrada y la vida laical.
Una curiosidad. Su apellido, Wong, ¿tiene origen oriental?
Es cien por ciento oriental, de Cantón, China. El 50% de mi sangre es oriental porque mis abuelos maternos tienen sangre china. El Patrón es occidental y mexicano.
Algunos datos de la vida de nuestro entrevistado:
Nació en Mérida, Yucatán, el 3 de enero de 1958. Estudió de primaria a preparatoria con los Hermanos Maristas y luego Filosofía y Teología en el Seminario Conciliar de Yucatán.
Fue ordenado sacerdote el 12 de enero de 1988. De 1988 a 1993 estudió dos licenciaturas en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma: Teología Espiritual y Psicología.
Durante su labor pastoral ha ocupado los puestos de capellán de las Siervas de Jesús Sacramentado y de las Hermanas Teresianas; asesor espiritual del grupo apostólico universitario Omega y de la Escuela de Padres y catedrático del Centro Marista de Estudios Superiores.
Además de capellán de la Universidad Marista de Mérida, vocero de la Arquidiócesis de Yucatán y coordinador de la Comisión de Medios de Comunicación Social de 1994 a 2000.
Recibió la designación como rector del Seminario Conciliar de Yucatán el 12 de junio de 2000 y durante el período 2002-2008 ejerció también como presidente de la Organización de Seminarios Mexicanos (Osmex).
En 2003 fue elegido como presidente de la Organización de Seminarios Latinoamericanos (Oslam) para el periodo 2003-2006, en cuyo cargo permaneció también durante el período 2007-2009.
El Papa Benedicto XVI lo nombró obispo coadjutor de Papantla el 15 de octubre de 2009 y recibió la consagración episcopal exactamente dos meses después. El 2 de mayo de 2012 asumió la conducción de esa diócesis.
El Papa Francisco lo designó el 21 de septiembre de 2013 Secretario para los Seminarios de la Sagrada Congregación para el Clero.
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VIRGINIA BONARD
N. de la R.: La entrevista con Mons. Patrón Wong fue lograda satisfactoriamente gracias a la experticia en comunicaciones digitales de la RIIAL, que nos proporcionó una sala virtual desplegada entre dos ciudades —Roma y Buenos Aires— para efectivizar el encuentro.
RIIAL y CELAM trabajamos juntos para generar este producto periodístico. Un riquísimo momento de comunión en el que el mismo entrevistado comentó con beneplácito y gratitud que era su primera conversación de este estilo utilizando este sistema.
Al finalizar el reportaje recibimos la bendición del obispo, que hizo extensiva a todos quienes estamos involucrados en las diferentes instancias tanto del NOTICELAM como de la RIIAL y a “todos mis hermanos y amigos de América latina”. Pero antes de impartirla nos hizo un pedido: “Oren por nosotros. El Papa nos ha enseñado que les pidamos a todos que recen por nosotros antes de darles la bendición, les pedimos que piensen en sus oraciones, ofrezcan su comunión por todos aquellos que tenemos ciertas responsabilidades de servicio en la Iglesia universal”.
Gracias a Martha Patricia León y Daniel Cabaña por haber hecho posible esta nota.
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