miércoles, 21 de enero de 2015

El derecho y el deber de compaginar libertad de expresión y libertad religiosa.

La máxima “Libertad, igualdad y fraternidad” fue el grito, hace más de dos siglos de la Revolución Francesa. Desde entonces, y más allá de los aciertos, excesos y errores de esta, es el pilar de la actual civilización occidental de las libertades y de los derechos humanos.

Todo ello es una aspiración y una conquista irrenunciables, que se adecuan con la naturaleza de la dignidad de la persona y que se inspiran en el humanismo cristiano y en los mejores logros y anhelos de la condición humana.

Desde estos principios, derechos y deberes son correlativos y su correcto funcionamiento comienza y acaba donde los propios derechos personales sean compatibles con los derechos de los demás. Dicho de otra manera, y como sanciona la ley natural no escrita, la libertad, la igualdad y la fraternidad significan también no hacer al otro lo que tú no quieres que el otro te haga a ti.

La condena, pues, de los salvajes atentados terroristas de París –la cuna de la libertad, la igualdad y la fraternidad-, como la condena por los atentados de Nueva York, en 2001; Madrid, en 2004; Londres, en 2005; y los de tantos y tantos otros lugares –el mismo día de los atentados de París, hubo otros 33 asesinatos en Yemen, más los que tantos días perpetra en África Boko Haram, o los que se suceden en el autodenominado Califato Islámico del norte de Irak y el sur de Siria- no puede ser sino enérgica, unánime, contundente, sin paliativos y sin muestra alguna de debilidad, justificación o aminoramiento. Ya se expresó ecclesia en estos mismos términos en sus páginas 17 y 37 de la pasada semana.

Más espantosas e indignas son todavía estas acciones terroristas cuando se asesina en nombre de una religión, la que sea, y cuando son fruto de  la venganza y del odio.  Actuar de este modo es una blasfemia, es la negación de Dios, del credo que sea, y es la perversión de la religión.

La libertad, en el caso de París, la libertad de expresión, además, jamás debería colisionar con los demás derechos, que también se derivan del ya repetido y emblemático “libertad, igualdad y fraternidad”. Ello significa –y que nadie piense de ningún modo que ponemos sordina alguna a la condena por las matanzas execrables de hace dos semanas- que también es necesario cuidar y fomentar el derecho a las propia creencias o increencias religiosas y el derecho a ser respetado en ellas. Una sociedad libre, igualitaria y fraterna conlleva, pues,  el respeto a los demás como otro de sus principios y valores irrenunciables.

El yihadismo islámico es un mal radical y diabólico, que es preciso combatir y extirpar de raíz.  Los líderes musulmanes  y los creyentes en esta religión –como algunos, incluso muchos, de ellos han hecho público estos días- han de desmarcarse totalmente de quienes matan, extorsionan y odian en nombre de Alá. Y dígase lo mismo de cualquier otra creencia religiosa o ideológica.

Con esta misma lógica y con la espontaneidad y coloquialidad que le caracterizan, el Papa respondió, el jueves 15 de enero, en la rueda de prensa que ofreció en el vuelo aéreo entre Sri Lanka y Filipinas, a una pregunta sobre el tema. En primer lugar, Francisco recordó que “toda persona tiene derecho a practicar su religión, sin ofender, libremente”. Y añadió que “no se puede ofender, declarar la guerra, matar en nombre de la religión, es decir, en nombre de Dios”. Y tras poner varios ejemplos para ilustrar ambas afirmaciones y tras apostillar que la religión “se debe practicar con libertad, sin ofender, pero sin imposiciones y sin matar”, Francisco recordó, con un ejemplo cuya oportunidad o acierto podrían ser discutibles, que la libertad de expresión, como los demás derechos y libertades, tiene un límite, que es la ofensa, que es el del respeto a los legítimos sentimientos y derechos ajenos. Y todo ello, como después subrayó el padre Lombardi, portavoz vaticano, sin que estas palabras puedan ser utilizadas, en modo alguno, como coartada, amparo y minimización a la barbarie injustificable de atentados terroristas como los de París.

¿Será capaz nuestra sociedad, seremos capaces todos de extraer como lección de los sucesos de París  que derechos y deberes, libertades y respeto son correlativos, deben darse la mano, y que la libertad, la igualdad y la fraternidad son para todos y para todas las circunstancias?

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