lunes, 24 de enero de 2011

LA ESTUDIOSIDAD

Curso: Las 54 virtudes atacadas
Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero /Fuente: Catholic.net/
La estudiosidad “se nos presenta como una virtud moral que modera el apetito de conocer la verdad” (1)
Dicho en otras palabras, la estudiosidad nos modera el apetito de conocer, ordenándolo.
 En una época tan confusa, oscura y anárquica en el mundo de las ideas es muy importante la posibilidad que Dios nos brinda de ser luz en el mundo. “Cuanto más nos interesemos por el estudio, mejor preparados nos encontraremos para hablar a este mundo jadeante, que espera más que nunca la proclamación valiente de la verdad y si es posible, de la verdad integral. En este sentido es prójimo, para nosotros, todo aquel que tiene apremio de verdad”.

La estudiosidad deriva de la virtud de la templanza, que modera la tendencia instintiva a los deseos y placeres. Por ser seres racionales tendemos naturalmente al conocimiento y debemos ordenar el ansia excesiva de saber para evitar caer en la soberbia y en la superficialidad. Es decir, debemos buscar el término medio. No es bueno buscar demasiado conocimiento, querer saberlo todo. Tampoco es bueno tratar de conocer y comprender todo porque nuestra mente es limitada, pero es conveniente que utilicemos y desarrollemos nuestro intelecto y nuestros talentos. La estudiosidad tiene que ver con la seriedad que implica el estudiar un tema, conocerlo en profundidad hasta llegar a la verdad.

Lo que importa es el espíritu con que usemos nuestro intelecto. Si aprendemos para saber y hacer el bien estará ordenado. Si lo hacemos para independizarnos de la ética y de la moral ya no será virtud, el trabajo y el conocimiento acumulado. Sirvan como ejemplo las palabras de aquel catedrático de Medicina que les dijo a sus alumnos el primer día de clase: “Lo esencial en la persona es el alma, pero tiene un cuerpo”. Esto es ordenar los conocimientos a la verdad. Así como la comida es el alimento de nuestro cuerpo, todo conocimiento es el alimento espiritual que debe estar ordenado hacia la Verdad que es Dios.

Nuestra alma aspira naturalmente a conocer todas las cosas, pero la moderación del deseo de saber es la virtud de la estudiosidad. Esta moderación tendrá dos ámbitos: el fin que buscamos al estudiar y el modo en que lo hacemos. En cuanto al fin si lo que nosotros buscamos es saber y conocer la Verdad y lo que Ella ilumina, la estudiosidad nos ayudará a evitar los errores intelectuales y filosóficos, rechazándolos. En cuanto al modo, seremos perseverantes. La estudiosidad nos estimulará en ir para adelante. Ni abandonaremos los estudios por pereza, ni nos desbocaremos con total independencia de la ética y la moral por soberbia.

La estudiosidad necesita de ciertas condiciones:

En primer lugar del silencio. Es necesario y casi imprescindible generar un clima de silencio para el trabajo intelectual. Como decía Saint Exupéry, el silencio “es el espacio donde el espíritu puede desplegar las alas”. Es imposible imaginar a un Mozart, a un Beethoven componiendo, o a un Miguel Angel diseñando la cúpula de San Pedro con la radio a todo volumen o la televisión prendida.

En segundo lugar la estudiosidad necesita recogimiento. En una oportunidad un discípulo de Santo Tomás le pidió consejo para ordenarse en los estudios. De los 16 consejos que el santo le dio (y si bien estaban dirigidos a un religioso pueden aplicarse a todos nosotros) 7 de ellos se referían al recogimiento. Algunos de ellos eran:

“Deseo que seas tardo para hablar y tardo para acudir allí donde se habla”. Dicho en otras palabras, debemos huir de los lugares en donde la charla es continua, vana y superficial, en donde es sólo cháchara y el espíritu no se alimenta sino que se desparrama.
“No quieras andar averiguando hechos ajenos”. El vivir indagando en las vidas ajenas no es bueno para el alma, porque nos dispersa y nos introduce en intimidades que no nos corresponden y por eso nos sentimos mal. La enorme insatisfacción reinante de la gente desbordada lleva hoy en día a que se cuenten todas las intimidades a cualquiera y aún en público, lo que es mucho más grave, porque se expone a veces la intimidad de otros o se nos involucra en la de ellos.
“Muéstrate amable con todos pero no seas demasiado familiar con nadie, pues el exceso de familiaridad engendra el menosprecio y da la ocasión de sustraer tiempo al estudio”. La excesiva familiaridad pone en peligro la intimidad propia y ajena, porque generalmente terminamos hablando de más y contando lo que deberíamos reservar a personas que no son las indicadas. Los subordinados, en general, tampoco respetan a quien debe mantener su lugar en función de su jerarquía y no lo hace. Cierta distancia en el trato genera respeto. En un mundo tan vulgar como el nuestro, donde predominan los medios de comunicación ordinarios y los niveles de los programas son soeces, esto es común y ha sido exacerbado continuamente por la revolución para embrutecer a las personas y degradarlas, destruir las jerarquías, la autoridad, el pudor y masificar.
“No te entrometas de manera alguna en palabras y obras de los hombres del mundo”. El querer estar al tanto de todo lo que sucede en el mundo, de las últimas noticias, el perder horas hablando de las anécdotas cotidianas que son irrelevantes, resulta nocivo para la concentración que necesita el estudio.
“Huye de todo vano activismo”. El afán febril y desmedido de la acción se contrapone con la serena investigación y contemplación de la verdad. Y por último, Santo Tomás le dijo: “Gusta de frecuentar tu celda, si quieres ser introducido en la celda del vino” (Cant 2,4). Si bien esto se refiere a un texto del Cantar de los Cantares y está especialmente dirigido a los religiosos, lo que en profundidad nos quiere decir Santo Tomás es la necesidad del recogimiento para llegar a paladear profundamente el Bien, la Verdad y la Belleza. Todas las grandes obras, empezando desde la Redención del mundo, las obras de literatura, de música, de pintura, de arquitectura y de la ciencia, fueron gestadas en un ambiente de serenidad y silencio. Unido al recogimiento está la soledad que es el precio que hay que pagar para crecer en la vida del espíritu. Lo que San Agustín llamaba la “pureza de la soledad” que se puede conservar aún en medio de una gran ciudad y Platón ya lo decía: “puedes estar en una ciudad como un pastor en su cabaña situada en lo más alto de la colina” (3).

Hubo quien dijo que: “El hombre vale en proporción a la cantidad de soledad que puede aguantar”... Y cuando hablamos de soledad no sólo hablamos de soledad física sino espiritual. Esto es lo que llamamos el saber estar a solas consigo mismo, (que al principio nos puede costar porque estamos vacíos). Nuestro Señor nos dio sobrados ejemplos de la necesidad de retirarse en soledad para hablar con Su Padre.

Finalmente, para lograr la virtud de la estudiosidad hará falta una buena dosis de carácter. La inteligencia es sólo un instrumento, nuestro carácter le dará buen uso o no. Es por eso que el estudiante puede compararse al atleta, quien sólo con un entrenamiento constante y firme logrará la meta. La voluntad es por lo tanto imprescindible. Es preferible no ser tan brillante y tener una voluntad férrea.

La virtud de la estudiosidad también requerirá ciertas virtudes morales. Para desarrollar la vida espiritual e intelectual en plenitud deberá hacer falta cierto orden y ejercicio de virtudes morales para que los vicios y los desórdenes, (como la pereza, el orgullo, la ira o la lujuria), no nos arrastren y nos tironeen impidiéndonos concentrarnos y crear. Hay que darle al espíritu el espacio adecuado, las condiciones necesarias para que pueda desarrollarse. Nuestro Señor nos recordó: “Bienaventurados los corazones puros porque ellos verán a Dios”. (Mt 5, 8).

Entre las virtudes morales, la más importante es la humildad. “Será preciso estar siempre abierto a la verdad, venga de donde viniere, sobre todo la que nos llega a través de los grandes. No es perder la dignidad saberse como enanos sentados en las espaldas de un gigante. Bien ha dicho Pascal: “Quien sube sobre los hombros de otro ve más lejos, aún cuando sea más pequeño”. El Cardenal Luciani, por su parte, escribe que “ser confidentes de grandes ideas vale más que ser inventores mediocres”. Lo mismo se diga cuando la verdad nos llega por boca de una persona simple. “No mires de quién oyes las cosas - recomienda Santo Tomás al estudiante que lo consultaba - mas lo que diga de bueno confíalo a tu memoria”. Lo importante no es la persona, sea Aristóteles, San Agustín, Bossuet, Pascal o el portero del departamento, sino la verdad. Cuanto más preciosa es una idea, tanto menos interesa saber de dónde viene. Sólo la verdad tiene derechos y los tiene doquiera se manifieste.

Pero al mismo tiempo será preciso odiar el error, venga de donde viniere. A este respecto escribe Ernest Hello: “Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amas la verdad, podrás decir que la amas e incluso hacerlo creer a los demás, pero puedes estar seguro de que, en ese caso, carecerás de horror hacia lo que es falso, y por esta señal se reconocerá que no amas la verdad”. La humildad nos llevará a no aferrarnos a nuestras propias ideas sobre todo cuando se apartan de la verdad. Somos herederos de una tradición de verdad, de una verdad que no hemos inventado sino que hemos recibido para profundizarla cada vez más. De ninguna manera deben ser conmovidas las firmes certezas sobre las cuales descansa todo el trabajo de la inteligencia”. (4) Servimos a un Dios que dijo: “Yo soy la Verdad” y, si no podemos anunciar lo mismo, es mejor que nos callemos y Lo escuchemos.

La oración. Todo estudio serio y verdadero debiera estar ligado a la trascendencia; y la inteligencia sólo encontrará reposo y verdadera plenitud cuando se incline ante la Verdad. No se trata sólo de rezar antes de estudiar, sino de impregnar de Dios el contenido, de estar abierto a la partícula de verdad que cada rama de ciencia encierra.

No es lo mismo estudiar en Biología que las langostas ponen huevos resistentes a la sequía (como la muestra del poder y de la maravilla de la Creación de Dios) que hacerlo como quien simplemente estudia las características de un insecto. Detrás de ese insecto debemos “ver” la maravilla y la perfección de Dios. De ahí que el espíritu de oración debiera de impregnar el estudio y he ahí el fundamento de rezar antes de clase en los colegios católicos, para hacernos abrir la mente a las maravilla de la Creación y ver al Creador en todo lo que aprendiéramos en la aula.

En cuanto a los ingredientes de la estudiosidad, son los siguientes:

La concentración: De la misma manera que la lupa concentra tanto el calor de un haz de luz que llega hasta a prender fuego, la inteligencia y la voluntad deben concentrarse en el estudio para dar fruto y evitar dispersarse.

La lectura: La lectura es el medio universal de aprender. Gracias a los libros nos llegan los conocimientos y el pensamiento de todas las generaciones anteriores. En la actualidad, los libros han sido desplazados casi en su totalidad por internet. Pero internet sirve para investigar, no para aprender. Para aprender se necesita un maestro delante de uno que nos pueda explicar las inquietudes que surgen. Tampoco es bueno ni leer de todo, ni demasiado. Hay que leer lo bueno, eligiendo las lecturas, seleccionando los grandes maestros que siguieron la línea de la verdad, y profundizando en los conceptos para aprender. La lectura superficial (y mucho peor si son sólo revistas y novelas de actualidad cuyo único valor es que sea un best- seller) vulgariza el espíritu y la pasión por leer y la avidez intelectual nos juegan en contra. Tampoco hay que limitarse sólo a los grandes maestros de la vida espiritual y los clásicos. “Una obra magistral es una cuna, no una tumba” (5).

La memoria: Si bien el “memorismo” no es recomendable, la memoria es una potencia del alma mediante la cual se retiene y se recuerda lo aprendido. Se la puede ayudar con la memoria escrita (para no sobrecargarla) pero lo más importante, como quienes somos, de dónde venimos, adonde vamos, cual es el sentido de nuestra vida y lo que debemos hacer para ganarnos la vida eterna, deberá quedar grabado en nuestra memoria. En una época esto se grababa con el catecismo. Hoy ya no es así y de ahí, en gran parte, la confusión en que vivimos. Entre los consejos que Santo Tomás dio a su discípulo estaba: “Esfuérzate por ubicar todo lo que puedas en el cofre de tu mente, como quien desea llenar un vaso” (6). Es fundamental recordar lo más importante, los grandes lineamientos de los hechos que le darán claridad a nuestras ideas.

La profundización. El examinar un tema hasta su raíz para comprenderlo mejor es necesario para tener solidez en nuestro conocimiento. No obstante, tenemos que temer al exceso de especialización por el riesgo de perder la visión de conjunto. De ahí la importancia de tener cierta formación humanística, literaria, histórica y filosófica que nos da una apertura a lo universal. Está bien estudiar una sola pieza del cuerpo humano para lograr conocerla mejor, mientras no nos olvidemos que forma parte de la persona en su totalidad. Todas las ramas de las ciencias deben apoyarse y relacionarse unas con otras en referencia a la Verdad suprema que es Dios. Es imposible saber y manejar bien la política de un país si no sabemos su historia, y la historia sin conocer su religión, ni estudiar filosofía sin la teología que la ilumina, porque cuando la política, la historia y la filosofía cortan sus raíces se enloquecen, que es lo que vemos hoy en día.

Una dosis de acción. El peligro de una ciencia sin una cuota de acción es que pierda el sentido de la realidad. El pensamiento debe apoyarse en los hechos como los pies se apoyan en el suelo. De ahí que la gente sencilla y simple del campo conserve una sabiduría y un sentido común a veces superior al de los grandes intelectuales.

Escribir. Si uno tiene condiciones, vale la pena escribir para dejar escrito a otros los frutos de nuestros trabajos y conclusiones. Es muy importante publicar. Lo escrito, escrito está y puede conservarse durante siglos, mientras que las palabras puede erosionarlas el tiempo.

Los vicios contra la estudiosidad son la negligencia (por defecto), y la curiosidad (por exceso).

La negligencia. La pereza (o la ignorancia culpable en no aprender) dependerá de nuestra responsabilidad en saber. Muchas veces podemos pasar horas frente a los libros sin que por ello aprendamos algo. El conocimiento no entra por ósmosis. Si no ponemos nuestra voluntad de aprender y nuestra atención, todo puede servirnos para distraernos: el teléfono, el timbre, la mosca que vuela o el sol que atraviesa la ventana. Para saber hace falta estudiar, aunque todo en la actualidad nos transmita que todos podemos hablar de cualquier tema. Hoy en día la “docta incultura” permite que cualquiera se sienta habilitado para tratar de los temas superiores, más delicados y sublimes (como el celibato sacerdotal) sin ningún conocimiento previo, remitiéndose a su propia opinión o lo que han dicho los llamados “formadores de opinión” como los periodistas, los artistas, los deportistas o los políticos. Atónitos, escuchamos en la televisión a las artistas y modelos semi desnudas hablar de temas delicados y profundos como la soberanía o la defensa de la Patria. Con dolor vemos cómo una novela escrita por un pseudo hereje de moda cualquiera, es devorada por millones por el solo atractivo de que difama y ataca a la Iglesia de Cristo. A su vez, los lectores de estas novelas creen que ya con el solo hecho de haberla leído es suficiente para saber de historia, de Teología y de los mismos Concilios. Una sola novela poniendo en discusión y tela de juicio los 20 siglos de historia. Documentada con sangre de la Iglesia los milagros... la vida de los santos... las órdenes religiosas... ¡Patético! y... doloroso. Paradójicamente “para enseñar la ignorancia pueden ser instrumentos adecuados los colegios y las universidades. La ignorancia se puede enseñar”. (7)
“Podría decirse que la educación actualmente en los colegios y universidades tiene no poco de ello. Se estudia todo, menos lo necesario: el sentido mismo de la existencia “. (8)

La curiosidad. La curiosidad es el vicio que nos lleva a indagar sobre lo que no debiera importarnos. Puede nacer del ansia de conocer, pero desordenado y desorbitado. No es malo buscar la verdad, pero no es bueno dedicarse a cuestiones secundarias que tapan y nos distraen de la esencia. Dedicar horas a estudiar cuántos soldados murieron en una batalla no es lo importante, sino conocemos por qué se peleaban. El dato puede ser verdadero, pero la clave es saber por qué se peleaba, cuál era el motivo que había generado la batalla.
Este espíritu se ha metido aún en la Iglesia, donde pseudo teólogos no hacen más que estudiar para ver cómo combatir al Magisterio. Los teólogos fieles sólo se nutren de la Verdad, que es Dios y de lo que Él nos ha revelado como verdadero. San León Magno dice al referirse a los pseudo teólogos: “Son maestros del error porque no fueron discípulos de la verdad”. Necesitan convertirse, agrega, como se convirtió Roma, “que era maestra del error y se volvió discípula de la verdad”. Conocer la Verdad no implica cualquier verdad, sino la Verdad suprema, que es Dios.

Por último, Santo Tomás aconsejó a su discípulo: “No investigues las cosas que te superan” que tan bien nos clarifica aquella anécdota de San Agustín cuando trataba de entender el misterio de la Santísima Trinidad y se encontró en la playa con un niño que llenaba su balde. San Agustín le preguntó que trataba de hacer. Y el niño le contestó:
-“Estoy tratando de volcar el agua del océano en mi balde”.- El Santo le contestó que eso era imposible. A lo cual el niño respondió:
- “Lo mismo es que tú quieras comprender con tu mente el misterio de la Santísima Trinidad”.-


Notas:
(1)“Siete virtudes olvidadas”. Rev P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 136
(2) “Siete virtudes olvidadas”. Rev. P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 133
(3)“Siete virtudes olvidadas”. Rev. P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 140
(4) “Siete virtudes olvidadas”. Rev. P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 142
(5)“Siete virtudes olvidadas”. Rev. P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 146
(6)“Siete virtudes olvidadas”. Rev. P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 146
(7)“Siete virtudes olvidadas”. Rev. P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 156
(8)“Siete virtudes olvidadas”. Rev. P. Alfredo Sáenz. Editorial Gladius. Pág. 162



1 comentario:

  1. Hola, le quisiera hacer la siguiente consulta, ando buscando afanosamente el lugar en la Suma de santo tomas de Aquino de esta frase "el exceso de familiarida genera desprecio". ¿Sabría ud. en donde se encuentra esta frase del aquinate? desde ya muchas gracias y mi correo es gustavochateaubriand@yahoo.com.ar
    gracias

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