domingo, 1 de mayo de 2011

Papa Juan Pablo Magno: Maestro, Profeta y Padre Espiritual


Amigos, hoy Domingo de la Divina Misericordia, celebramos la beatificación de nuestro padre en la fe, el Papa Juan Pablo II, felizmente recordado como "Magno" por muchos que nos consideramos sus hijos espirituales.

El Papa Juan Pablo Magno dejó una huella indeleble en las almas y conciencias de aquellos que hemos tenido la gracia de haber llegado a nuestra adultez bajo su égida. Como Cristo, su maestro, Juan Pablo "pasó haciendo el bien."
En su principal enseñanza, su no tengáis miedo, el papa maestro evocó a su Maestro, a quien siguió fielmente en pensamiento, palabra y obra y en modo particular, en dolor y sufrimiento.

No tengáis miedo fue su reto y su inspiración a la que toda una generación ha respondido con generosidad. Como el Nazareno, su Maestro, el hombre de Polonia rompió cadenas de mente y espíritu. El entendió, tras haber experimentado en su propia carne y en los sufrimientos de su pueblo las peores tiranías del siglo XX, que la fe, la esperanza y el amor son las armas más poderosas que tenemos disponibles para enfrentar la maldad de los que niegan a Dios y la dignidad propia de todo ser humano.

El Papa Juan Pablo Magno no fue un hombre de fe tímida y enclenque. Mucha gente piensa que la religión y sus ritos son cosa de marcar transiciones, como nacimientos y muertes, o como instrumento psicoterapéutico cuyo propósito es hacer sentir bien a las personas sin imponer ninguna demanda de excelencia moral o cargas de conciencia "innecesarias." El nunca hizo caso de aquellos que, llegando a citar hasta la Sagrada Escritura, demandaban que se callase, o que al menos, cantara las tonaditas de sus corillos preferidos. Juan Pablo, como el Nazareno dos mil años atrás, no se amilanó, no se dejó intimidar.

El Papa Polaco proclamaba la misericordia de Dios. Ese fue otro de sus temas. Dios es Amor, Dios es Misericordia, Dios te Ama quien quiera y como quiera que seas. Pero ese Amor que es Dios no ha de ser recibido de manera indiferente. No, el Dios que es Amor nos reta a responder del mismo modo y con toda la generosidad posible a ese Amor a Dios y a los demás. El Amor de Dios, una vez experimentado como Juan Pablo lo experimentó en Cristo, nos impulsa a ser mejores, a dejar morir al hombre viejo, a nacer de nuevo y a vivir de nuevo, con plenitud y alegría aun en medio del dolor y del sufrimiento.

Como Jesucristo, Juan Pablo es un signo de contradicción. Aparece derrotado por parte de un mundo que se dice liberado, ilustrado y "adulto," para quien la autonomía personal total es un grial sagrado y su posesión, un derecho inalienable. Aparece derrotado por las fuerzas de la explotación y la misoginia, las cuales muchas veces se disfrazan bajo el manto de la liberación para hacer sus fechorías. Como Cristo, Juan Pablo aparece cursi y anticuado y objeto de burla y de ridículo. Pero este mismo mundo va en camino a la implosión mientras enarbola alegre, pero ciegamente, la bandera de su "independencia." Las consecuencias las vemos en la cultura de la muerte, violencia, irrespeto, y carnalidad banal que poluciona nuestro ambiente, aulas de gobierno, los medios de comunicación, los partidos políticos, los hogares y muchas veces, tristemente, a la Iglesia misma.

Ser signo de contradicción es una carrera solitaria, una que yo mismo, de manera muy limitada, puedo entender porque lo he vivido en cierto modo y no de forma heroica. Es un camino solitario porque la inmensa mayoría de la gente encuentra el mensaje de Cristo bien incómodo y radical. A este mensaje hay que "domarlo," domesticarlo, convertirlo en una serie de platonismos sin filo, que le permita a uno a hacer y deshacer en completa "libertad" sin tener que ser responsable o rendirle cuentas a nadie. Retados por el mensaje de Cristo, el mundo se inquieta, no quiere entrar en razón ni considerar argumentos y con lo que encuentren, se lanzan contra el mensajero porque odian el mensaje. Cristo terminó crucificado y a Juan Pablo casi lo mataron: pero el Cristo que resucitó de entre los muertos un día levantará a Juan Pablo y, con la ayuda de su gracia y misericordia infinita, me levantará a mí también. Juan Pablo, en su propia carne, verá a Dios, y yo también, si Dios quiere.

El Papa Juan Pablo Magno es mi padre espiritual y es el padre espiritual de toda una multitud que recogimos el estandarte de sus manos y continuamos su batalla, haciéndole frente al mal mientras perseveramos, imperfectamente, en la obra del bien. Él es la inspiración de toda una generación que, si miedo, sigue testificando ante un mundo neo-pagano, proclamando que sólo en Cristo encontrará su salvación, sanación y dignidad últimas.

La voz del profeta Juan Pablo ya no está con nosotros pero su voz no se ha apagado—otra contradicción. Pues él vive en Cristo, ante quien él sigue intercediendo por su Iglesia y por el mundo, mientras espera la victoria final del bien sobre el mal, ya sabiendo plenamente que la muerte no tendrá la última palabra en el drama humano.

Ya no tenemos miedo. Yo, no tengo miedo. No estamos solos y abandonados. En este Lunes Santo de la Pasión del Señor, nos atrevemos a decir: Santo Padre Juan Pablo Magno, ¡ruega por nosotros! mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amén. ¡Ven Señor Jesús!.

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