By Walter Edgardo Eckart.
Una importante variedad de credos cristianos sostiene un postulado de fe según el cual Cristo, desde su muerte y hasta el momento de la Resurrección, permaneció en la morada de los muertos.
Esto, además de ser consistente desde el punto de vista doctrinal y objeto de la predicación de la incipiente comunidad apostólica del siglo primero es -por cierto- la consecuencia natural del mismo hecho de morir, aun cuando -como en el caso singularísimo del Señor- se aguarde la instancia de la resurrección, en el marco de la promesa del Padre al Hijo: “estaba escrito que el Mesías tenía que morir y resucitar al tercer día…”
En este marco y desde el punto de vista teológico, es menester señalar la originalidad irrepetible de este hecho: Jesús, efectivamente, conoció la muerte como cualquier mortal y se reunió con ellos en la morada de los muertos.
Pero este encuentro se produce ya desde su condición de Salvador y Redentor, por lo que su presencia en el ‘sheol’, ‘infiernos’ o ‘morada de los muertos’ (da lo mismo como se le llame) constituye la última fase de la misión mesiánica de Jesús y la primera proclamación de la buena nueva a los muertos: la muerte ha sido vencida, Cristo es el que tiene ahora las llaves.
Y a todos los que se encontraban allí y estaban privados de la visión de Dios, desde el primer ser humano en adelante, y a todos -también- los que vendrán después a lo largo de los siglos, se les proclama un mismo mensaje: “Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto…”
Éste es el modo en que la primitiva comunidad de los apóstoles interpretó y enseño estos eventos. De hecho, hasta el propio Pedro, en una carta escrita desde Roma, no dudó en afirmar que “hasta a los muertos les ha sido anunciada la Buena Nueva…”, con la esperanza de que al recordar estas cosas, muchos cristianos radicados en algunas provincias romanas del Asia Menor y perseguidos a muerte por el sólo hecho de ser cristianos, pudieran permanecer en la fe.
En definitiva y para terminar con una alegoría: si pudiéramos imaginarnos la región de los muertos como una línea temporal, el descenso de Cristo a los infiernos sería algo así como una caminata de Jesús hacia atrás y hacia adelante, en su calidad de Redentor, que “planta” su Cruz al principio de esa línea, en coincidencia con el momento de la creación misma; y también al final de ella, en sintonía con el final de los tiempos, como una forma de decir: ‘esto es lo que he hecho, éste es alcance de la Redención, de principio a fin; vivos y muertos; pasado y futuro, a todos los abarcó, y a todo cuanto existe, a toda la creación, que gemía aguardando la Redención de los hijos de Dios…”
Walter Edgardo Eckart
waltereckart@yahoo.com.ar
ChacoMundo
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