jueves, 24 de julio de 2014

Las crisis en Gaza y en Ucrania avergüenzan y claman soluciones de paz.




Las crisis en Gaza y en Ucrania avergüenzan y claman soluciones de paz – editorial Ecclesia


Los últimos días de la tercera semana de julio de 2014 han resultado especialmente trágicos para la causa de la paz y de la justicia en el mundo. Mientras avanzan las incursiones armadas de Israel sobre la Franja de Gaza, en la tarde del jueves 17 de julio el derribo letal  de un avión comercial en territorio ucraniano ha hecho saltar todas las alarmas. Si los muertos en Gaza ya se cuentan por centenares,  toda la tripulación y pasajeros (en total, 298 personas) del vuelo MH17 Ámsterdam-Kuala Lumpur pereció en la acción terrorista y criminal que derribó el avión.

Poco importan, ante la gravedad y la magnitud de estos hechos, las causas que pueden  estar detrás de ambos conflictos. Poco importan porque tanto en Gaza como en Donetsk (epicentro de la conflictiva situación en Ucrania) se ha traspasado, ¡y con creces!, la línea roja de la vergüenza y de la infamia. Nada ni nadie puede justificar estos horrores, que merecen la contundente respuesta de paz y de justicia de la comunidad internacional, al menos, si esta no quiere caer en el mayor de los prestigios y en la mayor de las inoperancias.

El viernes 18 de julio la Santa Sede hizo públicas sendos y consternados comunicados, en los que se mostraba el dolor del Santo Padre ante los acontecimientos. El Papa Francisco, ya en primera persona, el domingo 20 de julio, tras el rezo del ángelus, volvió al tema, clamando y recordando que “la violencia no se vence con la violencia”, que “¡la violencia se vence con la paz!”. Y para la victoria de la paz, Francisco apeló a la fuerza de la oración, del diálogo y a la toma de conciencia de que “el Dios de la paz suscita en todos un auténtico deseo de diálogo y de reconciliación”. Y aquí precisamente, en el reconocimiento del plan y del papel de Dios sobre la humanidad, radica, en buena medida, el problema y la solución. Nos explicaremos.

Nos basta una telegráfica visión panorámica de las guerras en las que insensata y homicidamente se ha sumido a lo largo de los tiempos la humanidad, para comprobar que sus razones profundas son la negación de Dios y la primacía de los ídolos como el poder, el dinero, la raza, el nacionalismo exacerbado y excluyente, el imperialismo y la espiral y “retroalimentación” del odio y de la venganza. Una humanidad sin Dios o que adultera y manipula a su antojo a Dios es la que ha sembrado y siembra la guerra, la violencia y el odio. El mundo sin Dios se convierte, así, en un mundo contra el hombre y esparce, por doquier, los estertores de la muerte, del llanto y de la desolación. La paz –nos lo recordaba hace dos meses Francisco en su peregrinación a Tierra Santa- es compleja y difícil, sí, pero sin ella la vida se hace insoportable, como estamos acontece en el sudeste de Ucrania y en Gaza. Parafraseando el mensaje en twitter del Santo Padre del martes 8 de julio – “Con Dios nada se pierde, pero sin Él todo está perdido”-, también podemos afirmar que con la paz nada se pierde, pero sin ella todo está perdido.

Y esto, que es del más elemental sentido común, que es la aspiración más universal, ¿cómo es posible que continuamente se niegue y se cercene con los hechos y las acciones de la guerra?  ¿Cómo entender que ahora, a los cien años de la Primera Guerra Mundial, en otro escenario europeo, distante a menos de un millar de kilómetros de donde surgió aquella gran guerra, desde hace cinco meses se esté alimentado y se esté tolerando un conflicto de consecuencias imprevisibles? ¿Tras los incidentes de estos meses en Ucrania y tras la salvajada del derribo del avión de la Malaysian Airlines no habrá llegado la hora ya de desenmascarar las mentiras idolátricas de nacionalismo y de imperialismo y de turbios intereses económicos que subyacen en lo que está aconteciendo?

Y la nueva crisis entre Israel y Palestina claro que duele y duele en el alma, máxime después del viaje ya aludido de Francisco y de su encuentro de oración, el 8 de junio, con los presidentes de ambos países. Y este dolor se ha de traducir en incesante oración y compromiso por la paz y la justicia.

– editorial Ecclesia-

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