sábado, 18 de abril de 2015

¿No puedes eliminar tu limitación? ¡Cambia tu actitud ante ella!

Mi herida es el camino para ser más niño y humilde, me hace más misericordioso, es la puerta por la que Dios llega a mí


Dios, en su infinita misericordia, nos quiere más allá de nuestra debilidad y sale a buscarnos. Conoce nuestras caídas. Sabe bien nuestro pecado.

Decía el Papa Francisco: "Ninguno puede ser excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino para acceder y la Iglesia es la casa que recibe a todos y a ninguno rechaza. Sus puertas permanecen abiertas, para que quienes son tocados por la gracia puedan encontrar la certeza de su perdón".

La misericordia de Dios no tiene límite. Nos acoge en nuestra debilidad. Siempre nos perdona. Aunque tantas veces huyamos de su amor cuando caemos. El paso del tiempo no elimina nuestra debilidad. 

Puede que no haya cambiado nuestro pecado en su esencia y sigamos pecando como antes, tal vez un poco menos. Pero sí tenemos que cambiar nuestra mirada sobre nuestra herida. Queremos que cambie la actitud ante nuestras caídas.

A veces veo el pecado como la imperfección que no me deja ser perfecto, puro, inmaculado. Creo sólo en mis fuerzas y me olvido de lo importante. Mi herida, mi caída, mi ruptura, es el camino para ser más niño y humilde. Para abajarme a los pies de Dios y suplicar desde ahí misericordia.

Me hace más misericordioso con los que también, como yo, tienen sus heridas. Más capaz para el perdón, más lento en el juicio. Me hace más humilde y comprensivo con los otros. Y me permite comprender que mi herida es la puerta por la que entra Dios una y mil veces para sanar mi corazón. 

En su herida sana mi herida. En su herida cabe perfectamente mi dolor. En la forma de su herida encuentro mi hogar, mi raíz, mi descanso.

Todos estamos rotos. Todos tenemos heridas. Estoy llamado a reconocer mi herida. A besar mi herida. A no taparla. Mi herida, que veo todos los días, me ayuda a comprender cualquier otra herida. Pero muchas veces no soy como Jesús, y tapo la herida o la dejo entrever sólo un poco.

Una persona rezaba:

"Quiero amar como amas Tú, Jesús. Tú sabes amar de forma diferente. Tú das la vida, te desangras. Tu carne se queda en mis manos cada día. Algo de esa carne me toca en las entrañas. Y comprendo que yo tengo que partirme como Tú, hacerme carne para otros como Tú, ser misericordioso como Tú.

No acabo de comprenderlo del todo. Miro tu sangre y mi sangre. Miro tu amor y mi amor. Te lo entrego todo. Como Tú aquella noche, o todas las noches, porque siempre me repites lo mismo, que me amas con locura, hasta el extremo. Y yo no sé tanto de extremos. Me cuesta amar tanto. Amo mirándome. Amo buscándome. Amo queriendo ser el centro. Te lo entrego todo. No lo dudes".

Hoy quiero dar gracias por mi herida. Es muy pequeña, porque yo soy frágil. Para casi todos oculta. Aunque yo soy yo y recibo mi identidad, gracias a ella. Y sé que Dios me ama en ella. En el lugar de mi alma en el que está Jesús, en lo más hondo, ahí está mi herida. Mi herida de amor que me hace temblar pero que me ha abierto a la vida. 

Por ella Jesús entra siempre en mí, y también los demás. Y me ha ayudado tanto a conocerme y quererme como soy, a aceptarme débil, sin méritos. Me ha guardado el corazón y lo ha convertido en un lugar sagrado e íntimo entre Jesús y yo. Me ha hecho alegrarme de las cosas pequeñas de la vida que quizás sin esa herida nunca hubiera valorado. Él es capaz de convertir el dolor en algo bello.

Mi herida me hace necesitar más a Jesús. La sed cada vez es mayor, y mi anhelo de pertenecerle. Mi herida soy yo y no me entiendo sin ella. A veces vamos por la vida queriendo tapar nuestra herida. Nos gusta parecer perfectos, maduros, ya casi santos, inmaculados, seguros.

Hoy queremos entregarle a Jesús nuestras heridas. Él las conoce. Sabe que son parte de nuestra vida. Sabe que son las señales que nos identifican. Sabe que a veces nos duelen y nos avergüenzan. Sabe que hemos deseado tantas veces no tenerlas. Pero hoy nos pide que toquemos su herida. Y Él, eso seguro, tocará la nuestra.

Y hará que donde hay muerte brote vida. Y donde hay odio y rabia, brote amor y esperanza. El que ha recibido misericordia en su vida, sólo puede convertirse en instrumento de misericordia para otros. En canal de paz y de alegría. El que ha sido amado en su debilidad, sólo puede amar a los demás en su debilidad. El que se cierra, se muere. El que huye, se pierde. El que se abre a Dios, se salva.

Padre Juan Carlos Padilla
Aleteia.

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