sábado, 29 de agosto de 2015

Juan Pablo I, un hombre santo para la época de la televisión.

por Guillermo Gazanini Espinoza.
No podía dejar de lado este 37 aniversario de la elección de don Albino al trono de Pedro, el Papa que insistió en la humildad y servicio, en el primerear y salir por los alejados.
¿Coincidencias con el estilo Bergoglio? Quizá no. Más bien es el estilo con el que debería ser conducida la nave, el de Cristo, que muchas veces fue eclipsado por el de la Iglesia de los príncipes. Cuando Luciani fue llamado a suceder al primero de los apóstoles, se decía, había llegado el tiempo de los servidores para sacar las reformas del Concilio y desmantelar la Iglesia de la parafernalia y pastorear en fidelidad al Evangelio y la Tradición. 
Sociólogos, periodistas y expertos dirían del perfil del Papa moderno en 1978: “Un hombre santo para la época de la televisión, un hombre con esperanza y alegría, un santo que sepa sonreír”.
En la noche del 26 de agosto de 1978, los fieles en San Pedro quedaron cautivados por la sonrisa de un Patriarca que venía dejando su humanidad por el bien de los demás. Un hombrecillo sí, pero su simplicidad, calor humano y estilo hicieron transparente la gracia del Señor. Como Francisco, la primera acción innovadora fue su mismo nombre. El Arzobispo de Malinas-Bruselas, Cardenal Suenens, el 25 de octubre de 1978, alabaría la sencillez del nuevo Papa como auténtico estilo en la vida de la Iglesia que pondría final a una herencia del pasado, grave como manto de plomo sobre los sucesores de Pedro. Para los tradicionalistas, Luciani fue causa de prurito cuando rechazó la coronación y dejó la sedia gestatoria; sin embargo, el pastor llegó a los corazones cuando tocó las fibras más íntimas del ser humano explorando los eventos más cotidianos y dramáticos de cada persona.
El estilo curial todavía afectó los primeros deseos del Papa nacido en Canale D’Agordo en 1912. El “Nos” mayestático del Soberano todavía resonó en sus alocuciones iniciales cuando, al fin, tuvo sepultura en el ángelus de 27 de agosto al hablar de su doble nombre. Sin embargo, al igual que Francisco, no acostumbrado a la elegancia de los textos preparados, don Albino, dirigió un discurso improvisado a los cardenales del sacro colegio clamando por la ayuda de los príncipes de la Iglesia: “Espero que mis hermanos cardenales ayuden con su acción a este pobre y desventurado vicario de Cristo a llevar su cruz. Ayuda que necesito tanto…” Y que, sin el menor remordimiento, reclamaría por su elección, sobre todo, al verse privado de los trabajos pastorales, de ser cura de calle, de vivir entre los alejados: “Siempre he tenido pequeñas diócesis… Mis ocupaciones eran los niños, los obreros, los enfermos, las visitas pastorales… Yo no podría hacer más…”
El inicio del pontificado del Papa Juan Pablo fue el de un ministerio del hermano mayor que preside en la caridad. El 6 de septiembre improvisaría una catequesis con un ejemplo que, dicen los expertos, puso los pelos de punta a más de dos cardenales y obispos: “Los mandamientos son un poco más difíciles y, en ciertas ocasiones, muy difíciles de guardar, pero Dios nos los ha dado, no por capricho, no por su interés, sino únicamente por interés nuestro. En cierta ocasión uno fue a comprar un automóvil al concesionario. Este echó un discurso: ‘Mire, el auto da buen rendimiento, trátelo bien. Gasolina súper en el depósito y para los engranajes, aceite del fino’. El otro responde: ‘Oh, no. Para su conocimiento, yo no puedo soportar ni el olor de la gasolina ni tampoco del aceite, al depósito le echarán champán que me gusta mucho y los engranajes los untaré con mermelada’. ‘Haga lo que quiera, pero después no se queje si su coche termina en la cuneta”. El Señor ha hecho algo semejante con nosotros; nos ha dado este cuerpo animado por un alma inteligente y una buena voluntad. Ha dicho: ‘Esta máquina vale, pero trátala bien”.
Conocido como el párroco del mundo, don Albino tuvo en cuenta las graves tribulaciones de su época. En su ministerio pidió por la solución del conflicto entre israelíes y palestinos y la situación iraní que desembocó en la revolución de 1979. En su pensamiento estaban los pobres y menesterosos quienes sufren hambre e injusticia. Así, citando a Paulo VI, enfrentó el dilema de la propiedad privada y de la opulencia: “Los pueblos del hambre interpelan hoy de una manera dramática a los pueblos de la opulencia. La Iglesia se estremece ante este grito de angustia y llama a cada uno a responder con amor al propio hermano… La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicionado y absoluto. Nadie está autorizado a reservar para su uso exclusivo lo que supera sus necesidades cuando a los otros les falta lo necesario.”.
Fueron célebres las palabras de afecto a las iglesias orientales guardando especial dilección por el metropolitano ortodoxo de Leningrado Nikodim quien murió en los brazos del Papa Juan Pablo después de haberle perdonado sus pecados.
De Juan Pablo I brilla un ministerio breve que quedó en la memoria por su sencillez y humildad. Como en el pontificado del Papa Francisco recuerda, con sus matices, al del obispo dispuesto a salir al encuentro de las necesidades, ansiedades y esperanzas de los seres humanos. En 1978, el nuevo obispo de Roma puso al servicio de su pueblo sus precarias fuerzas cimentadas en la alegría del Evangelio. Como en nuestros tiempos, el Papa Juan Pablo estuvo asediado por jauría de lobos, pero él confío en Dios mostrando las claves de la vida cristiana. Este es el signo de la esperanza del Papa Luciani: “¿Qué hacer para mejorar la sociedad? Yo diría: Que cada uno de nosotros trate de ser bueno y de contagiar a los otros con una bondad toda empapada de la mansedumbre y del amor enseñado por Cristo… La regla de oro de Cristo fue: No hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.

Blog: Sursum Corda   26.08.15 | 19:52. 

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