martes, 25 de agosto de 2015

Woody Allen: “No creo en Dios, debo distraerme para no desesperar”

La honesta confesión de un brillante director de cine



Es la honestidad la que desarma del célebre director de cine Woody Allen, muy capaz de transmitir en sus películas el cinismo nihilista que lo distingue desde hace tiempo.

A menudo en el centro mediático por su vida privada, en 1992 la mujer con la que tenía una relación, Mia Farrow, afirmó que la pequeña hija Dylan le contó que había sido víctima de abuso sexual por parte de Allen.

Poco tiempo después, la mujer encontró fotografías pornográficas de la hija Soon-Yi tomadas por Allen, que admitió tener una relación con su hijastra. Efectivamente en 1997 Allen se casó con ella, que tenía 19 años. El año pasado Dylan, de 28 años, volvió a afirmar sus acusaciones de violencia sexual por parte de su padre.

En una reciente entrevista, el cineasta afirmó: “Sólo sobrevivo distrayéndome. Es una vía de escape para no caer en la desesperación frente al lado más oscuro de las cosas. Puedo correr en la cinta todas las mañanas y comer comida sana pero al final la muerte también me alcanzará”.

Hace pocos días afirmó su pensamiento explicando que concibe al hombre como un ser “frágil e incapaz de aceptar la realidad, la muerte, el sinsentido de la vida, el nada que le comerá, el mundo, el sol, el universo…Shakespeare, Michelangelo, Beethoven… Todo está destinado a desaparecer. Y entonces, para poder seguir adelante, el hombre se inventa ilusiones, la religión, la política, la esperanza de que, en el cielo o en la tierra, habrá un Paraíso. Ideas que nada tienen que ver con la razón, pero que a veces son necesarias. No por casualidad la mayor parte de los supervivientes a los campos de exterminio eran comunistas convencidos o católicos. Aunque no tenga fundamento, la fe ayuda a seguir”.

Sin embargo, como él no tiene fe, se ve obligado a distraerse continuamente por la urgencia de la vida: “Hacer películas es una distracción maravillosa. En el set de rodaje soy yo quien decide las historias, de amor, de vida y muerte. Y cuando no lo hago voy al cine. Una hora y media con Fred Astaire aleja la pesadilla de las enfermedades, de las residencias, del final”.

Es apreciable la sinceridad de Allen que no inventa una ilusión frente a las preguntas existenciales, del destino, del sentido religioso que le pide constantemente al hombre que se enfrente con su existencia. Tiene razón cuando sostiene que si el hombre se confía a la religión o al Paraíso como vía de escape de la crueldad de la vida, está viviendo con una ilusión que nada tiene que ver con la razón. Sin embargo no se ha dado cuenta de que definiendo como irracional este intento de escapar de la realidad termina al admitir la irracionalidad de su misma fuga cuando se refugia en el arte del cine.

La acusación de creer en Dios para conjurar la muerte deriva del pensamiento de Freud y de Feuerbach pero, como bien ha explicado el jesuita y psicólogo Giovanni Cucci en el libro Experiencia religiosa y psicología (Elledici 2009), “no es así; si no, el hombre podría conducir siempre las cosas a su gusto y la crisis no lo tocaría nunca: existe, sin embargo, la experiencia de la aridez, la petición a Dios de venir, de darse a conocer, la espera de su revelación” (p.252).

Sobre todo, como ya hemos dicho otras veces, tal acusación cae en el error de cambiar la causa con uno de sus efectos: la fe en el Dios cristiano nace gracias a Su revelación al hombre que le ha dado la vida llena de sentido “aquí y ahora”.

Si después la fe ayuda también a vivir mejor el momento de la muerte gracias a la esperanza del Más Allá esto es un efecto secundario, no la causa de su origen.

También el ser más caritativos y más solícitos con respecto a los más necesitados suele ser una característica de quien se convierte al cristianismo, pero nadie afirma justamente el ocuparse de los pobres sea la causa del origen de la fe. Las consecuencias no se confunden con la causa y viceversa.

La alegría del corazón de quien se ha encontrado con Cristo no es una ilusión, permite verdaderamente afrontar la vida de forma completa sin necesidad de refugiarse, en la droga, o en otros ídolos que no mantienen la promesa de distraernos verdaderamente de nuestro yo. 

También nosotros podemos invitar a Allen al “ven y lo verás” en primera persona, así como hizo Jesús con los dos primeros discípulos. Este es el método cristiano: invitar a los demás a experimentar y a implicarse en primera persona: “Jesús se giró y viendo que lo seguían, dijo: ‘¿Qué buscáis?’. Le respondieron: ‘Rabbí, ¿dónde vives?’. Les dijo: ‘Venid y lo veréis’”. (Jn 1, 36-39).

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