sábado, 7 de enero de 2017

Yo tampoco celebraré a Lutero.


por Leandro Bonnin*
El miércoles 4 de enero, mientras descanso en casa de mis padres, comenzó con un momento de Adoración al Santísimo, expuesto como cada semana durante todo el día en mi parroquia natal.
Allí, un poco de rodillas y otro poco sentado, hice un momento de meditación y recé mi breviario lo mejor que pude. Y alabé a Dios por la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía, por quedarse con nosotros de un modo tan pero tan impresionantemente real.
Poco más tarde, salí con unos jóvenes a hacer unas tareas que me encomendaron mis padres. Pero antes de completarlas, visité la parroquia vecina, y encontré al cura párroco dispuesto a administrarme el Sacramento del Perdón, la Reconciliación, que recibí con corazón agradecido y luego pacificado. Y alabé a Dios por el regalo de su Misericordia, y por este sacramento de la Alegría, y por el ministerio del sacerdote, ungido por un sucesor de los Apóstoles, capacitado para hacer que la Sangre de Cristo se derramara sobre mi alma.
Minutos antes, en la secretaría parroquial, una mujer me presentó en su mano una estampa de San Cristóbal y una medallita del mismo santo. Me contó que eran para el auto de su hijo, y me preguntó si era el santo protector de los viajes. Le dije que sí, que en Argentina invocábamos a Nuestra Señora de Luján como patrona de las rutas argentinas y también a San Cristóbal. Me pidió la Bendición, que le dí sencillamente, y me agradeció. Y alabé a Dios por el regalo de la Comunión de los Santos, por esta “nube de testigos” que siguen desde el Cielo acompañándonos, y por los sacramentales que nutren la fe del pueblo fiel.
Más tarde visitamos otra ciudad y visitamos allí nuevamente a Jesús en la Eucaristía, expuesto y adorado de modo perpetuo en esa comunidad. Y encontré al párroco atendiendo a los feligreses, y a un anciano sacerdote rodeado por el cariño de sus fieles. Y alabé a Dios por el don de la vida eclesial, por la Parroquia como núcleo en el cual el amor de Cristo se hace tangible a través de tantos signos sagrados y de tantas personas.
Y así transcurrió el día, y en algunos entresijos de mis idas y venidas, el Santo Rosario se hizo compañero de camino… poniendo en cada avemaría las intenciones que me fueron pidiendo de diversos modos, y mirando con ojos marianos el misterio del Dios hecho hombre… Y alabé a Dios por habernos dado una Madre, maestra, modelo y educadora, camino más corto, fácil, rápido y seguro para llegar a Cristo y al Cielo.
Pero por la tarde, en contraste con tantas manifestaciones de la fe más pura, supe que en un texto oficial se alababa a alguien que con virulenta insistencia había atacado prácticamente todas las realidades que inundaban de paz mi alma, por las que alabé a Dios durante todo el día, y que están en el ADN del catolicismo.
Supe –una vez más, por si fuera preciso aumentar la certeza del error y el dolor por la traición- que para algunos hay motivos para celebrar el cisma, la división, la herejía, el pisoteo sistemático de todo lo más sagrado que apasiona mi alma y define la catolicidad.…
Y que no se conforman con hacer ellos por su cuenta una tal celebración, sino que afirman que “los católicos ahora son capaces de prestar sus oídos a los desafíos de Lutero para la Iglesia de hoy, reconociéndole como un «testigo del evangelio»”
Yo me pregunto, ¿quiénes son los redactores de semejante afirmación y que osan hablar así en nombre de “los católicos”? ¿Acaso nos preguntaron, nos consultaron? ¿Acaso ahora reconocer a Lutero es condición de catolicidad?
Por eso en el atardecer,  cuando me fue dado pronunciar las sacrosantas palabras que hacen actual el Único y Eterno Sacrificio, cuando tuve entre mis manos la Sagrada Víctima y cuando luego me arrodillé ante Él, presente bajo los signos del Pan y del Vino, me detuve más de lo habitual. Con algo de impotencia, algo de indignación, algo de tristeza… Mi genuflexión escondía todo eso, pero quise que fuera signo sobre todo de una Adoración más intensa que otras veces, una Adoración reparadora, un fervor desagraviante…
Le decía a Jesús: “perdónalos, perdónanos… no permitas que me separe de Ti, no permitas que tu Iglesia se separe de Tí”
Y le prometí también a mi Señor que yo soy y seré católico por siempre, y que justamente por eso, no estoy dispuesto ni necesito escuchar a Lutero, ni lo reconoceré, JAMÁS, como testigo del Evangelio.
Al menos, no del Evangelio de Jesucristo.


*Sacerdote de la Arquidiócesis de Paraná, Argentina, actualmente sirviendo a la diócesis de San Roque (Chaco)

Fue profesor de Liturgia y participó de la Junta de Educación Católica. Autor de algunos libros, entre ellos "7 canastas. Catequesis sobre la Santa Misa" y "24 Horas Santas con María".


Blog: Ite, inflammate omnia (5/1/17)


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