viernes, 15 de septiembre de 2017

Francisco Luis Bernárdez, el hombre como peregrino-

por María Teresa Rearte (*)
 "la evocación del poeta Francisco Luis Bernárdez es todo un signo de esa “sed de Dios”, que es capaz de experimentar el corazón humano".
1.    Una conmemoración                                                                                                                                                                                                            El 2000 fue el año del centenario de Francisco Luis Bernárdez (1900-1978) Se trata de una conmemoración que nos sitúa ante el testimonio de la singular experiencia espiritual de un hombre, que ha dado cuenta de la dimensión trascendente de la existencia humana. Esto adquiere particular relieve si tenemos presente que, en los tiempos que corren, el hombre no sólo se ha alejado de Dios. Sino que vive –además- la experiencia de lo que X. Zubiri designa como “fatiga de lo absoluto.”(1) Asistimos a algo así como un querer “desentenderse, aunque sea episódicamente, de la necesidad de estar siempre tomando posición.”(2)

     El fenómeno muestra en sus formas que “un hombre cuyo sentido de libertad es declinante, pierde la noción de su dignidad. Deja de palparse el alma, como decía Unamuno, no sabe dónde la tiene. Y a menos conciencia de libertad y dignidad, menos color y menos sustancia en el mundo entorno; menos sed espiritual. En definitiva, un misterioso desvanecimiento de la necesidad de preguntarse con todas las fuerzas por el sentido del universo y de uno mismo  (…) El aminoramiento de la función del contacto con la propia libertad trae consigo la ruina del amor a lo real…”(3)

     En el contexto antes aludido, la evocación del poeta Francisco Luis Bernárdez es todo un signo de esa “sed de Dios”, que es capaz de experimentar el corazón humano. Y que contrasta con aquellas formas del pensamiento ceñidas a las cosas que es posible comprobar o medir. Cerradas a todo aquello que, en la perspectiva de la fe, es posible concebir y expresar.

     Nacido en Buenos Aires, era hijo  y nieto de gallegos, y pasó en España parte de su infancia y adolescencia. De modo que el paisaje, la lengua y las letras de Galicia, se volvieron para él algo connatural. Y configuraron una especie de segunda nacionalidad.
En 1974 regresó a Buenos Aires, vinculándose –entonces- con el grupo “martinfierrista”. Conformó esa generación argentina que reunió –entre otros- nombres de la talla de Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Eduardo González Lanuza. A fines de la década del 20, cuando los “martinfierristas”  empiezan a separarse y cada uno emprende su propio camino, Bernárdez hace lo suyo. Encuentra así su estilo definitivo y se afianza en la temática religiosa.

2. El hombre, un peregrino
 Como los máximos místicos de nuestra lengua, los avileses Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, supo percibir el resplandor del Absoluto. Y pudo traducir el “todavía no”. El no ser en plenitud que encierra el status viatoris. Logró expresar el ser viador, estar en camino, encaminarse hacia la plenitud que, a la vez, éste significa. Por lo que Arturo Capdevila, en el discurso de recepción de Bernárdez como Miembro de la Academia Argentina de Letras, dice que “la clave para la exégesis de este poeta es la idea de peregrinación.” (4)
        Distintos poemas suyos expresan la concepción del hombre como un peregrino en la tierra. Y parecen reflejar aquel mismo itinerario espiritual que, en admirable síntesis, definió San Agustín: “Nos hiciste para Ti, Señor, e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti.”(5) Porque este caminar del hombre peregrino no es un andar desorientado. O un terminar, allende el tiempo, en el aniquilamiento total. Sino estar en camino hacia la plenitud objetiva del ser y la felicidad. Por eso, en “El vuelo”, uno de sus poemas más expresivos, escribe así:

          “Solo en la plenitud de mi energía
          y en el ansia infinita de mi vuelo,
          sin otra voluntad ni otro consuelo
          que subir y subir, día por día,

          subiré con el fuego que me guía
          por el camino sin dolor del cielo,
          más allá de mi afán y mi desvelo,
          más allá de mi angustia y mi agonía.

          Y subiendo y subiendo sin descanso,
           iré llegando al celestial remanso
           y al fin de toda pena y toda cruz,

           para perderme en su total reposo
           y no ser en su abismo silencioso
           sino el brillo de un rayo de su luz.”

          En 1932 enfermó de un mal pulmonar, por el que debió abandonar sus actividades en Buenos Aires, y se radicó en La Calera (Córdoba). En la capital cordobesa se casó con Laura González Palau, que inspiraría su obra “La ciudad sin Laura”, uno de sus libros más conocidos. En 1941 nace su hijo Luis María, al que dedicará varios de sus poemas. Por aquel tiempo ya había iniciado su largo poema “El buque”, en el que se refiere a un misterioso navío que, en noche oscura, llega hasta el poeta, precedido por una voz que adquiere forma musical. Simboliza el reencuentro con la Gracia divina.

         Amor, distancia y dolor parecen conjugarse en el itinerario poético, espiritual y religioso de Francisco Luis Bernárdez, quien es considerado como el príncipe de los poetas católicos argentinos, y recuerdan lo que Mons. H. D. Mandrioni decía, en una entrevista, a propósito de la poesía: “El amor une y expande, el dolor ahonda. El dolor permite que aflore el agua de las napas más profundas. Si permitimos que el amor perfore las capas y llegue hasta el fondo, el agua que surge es captada por el amor y es compartida.” (6)

3.    El sentido ascensional de la existencia humana
Sin lugar a dudas, Francisco Luis Bernárdez supo dejarnos cierto sabor de infini
to, propio de quien ha experimentado la temporalidad de su existencia con un sentido ascensional. Y testimonió la novedad de la fe cristiana. La hizo anuncio. Verbo. Lirismo y elevación.

        En su creación literaria, tanto como en su mensaje y su forma, el poeta fue un “hijo de la luz”, que gustó la experiencia de la contemplación en la hondura del silencio interior. Del recogimiento. Por eso escribe en “El silencio”:

         “No digas nada, no preguntes nada.
         Cuando quieras hablar quédate mudo.
         Que un silencio sin fin sea tu escudo.
         Y al mismo tiempo tu perfecta espada.

          No llames si la puerta está cerrada.
          No llores si el dolor es más agudo.
          No cantes si el camino es menos rudo.
          No interrogues sino con la mirada.

          Y en la calma profunda y transparente,
          que poco a poco y silenciosamente
          inundará tu pecho de este modo,

          Sentirás el latido enamorado
          conque tu corazón enamorado
          te ira diciendo todo, todo, todo.”

          La tendencia ascensional se convierte, desde “El buque”, en una constante de la poesía de Bernárdez, aunque lo sigan lastimando las heridas de la vida.

         “Dame asilo en tu reino compasivo,
          príncipe de cristal y azucena,
          pues vengo, fatigado y tengo pena,
          porque soy de la Tierra y estoy vivo.

          Házme un sitio de paz en la serena
          soledad de tu mundo sensitivo
          para olvidar que el tiempo fugitivo
          todavía me agobia y me encadena.

          Déjame descansar con toda el alma
          desvanecida en luminosa calma
          junto al río de amor de tu armonía,

           escuchando el afán del agua pura
           por infundirle voz a mi alegría
           y silencio sin fin a mi amargura.”

           Este es el “Soneto a Mozart”, en el que muestra oposiciones como tierra y cielo, tiempo y eternidad, fatiga y paz. Todo lo cual se resuelve en la armonía de la música como expresión sutil de la universal armonía de Dios.

           La pluralidad de temas que expresan el universo espiritual del poeta, se expanden en direcciones múltiples, como son el sentimiento fraterno por el universo, el amor terreno como irradiación del amor divino, en las oraciones a los santos, en la concepción de la Iglesia como arca de la salvación, etc.

4.    El lugar de María
Además de la diversidad de temas mencionados, y no podía ser de otro modo, su
poesía también se orienta en la temática de la Virgen María, que –en la fe- “precede con su luz al Pueblo de Dios peregrino, como signo de esperanza cierta y de consuelo.”(7) Valga al propósito de ilustrar lo dicho, citar por ejemplo el “Soneto a la Natividad de la Santísima Virgen”, en el que expresa –por medio de un interesante juego de palabras y de oposiciones conceptuales- lo que visto desde una lógica humana constituyen las paradojas del Evangelio. Así escribió Bernárdez:

          “… Vino a la vida para que la vida
           pudiera darnos vida con su muerte.
           Y para que lo que antes era muerte
           fuera más vida que la misma vida…”

           En otro lugar, y en lo que conforma un conjunto de poemas que evocan el Via Crucis, nos presenta a la Virgen en el Calvario, en el soneto que titula “Encuentro de Jesús con María”. Advertimos aquí la reiteración del número siete, relacionado con lo sagrado. Y con la celebración litúrgica de los Siete Dolores de la Virgen. Dice aquí:

           “Esta es María y éste su quebranto.
            Esta es María y ésta su amargura.
            Esta es su pena, siete veces pura.
            Este es su llanto, siete veces llanto.

            Esta es la Madre, siete veces pura,
            que por el Hijo, siete veces santo,
            llora un llanto más puro y sacrosanto
            que el dolor de la noche más oscura.

            Esta es la Virgen siete veces buena
            que por el alma siete veces fría,
            siete veces infiel y rencorosa

            Sufre en Jesús la bárbara condena.
            Y acepta en su alma siete veces mía,
             la espada siete veces dolorosa.”

5.    La apreciación de un estudioso
El P. Rogelio Barufaldi, en un cuidadoso estudio de la obra bernardiana, señala
lo siguiente: “Alcanzado el nivel poético propio, aguarda al poeta una labor de fidelidad: prolongar, enriquecer y comunicar el crecimiento de su experiencia en nuevas criaturas concéntricas a su visión individual del universo (…) El andamiaje intelectual del tomismo proporciona a la poesía de Bernárdez un instrumento indagatorio y una imagen coherente del universo.”(8) A tal punto, que se advierte la sólida construcción de las obras de Bernárdez, que parecen ajustarse como las piedras de un edificio. Todo esto está al servicio de una fe firme y una esperanza cierta, en las que no caben dudas ni fisuras.”

       La poesía es para él, según la valoración del autor antes mencionado.”luz que ocasionalmente vestida de ropajes verbales brota de la zona en que el alma está más cerca de lo divino…”(9)

6.    La actualidad de su testimonio
       El curso de la historia da cuenta de atrocidades concebidas por la inteligencia del hombre y ejecutadas por sus manos, que parecen estar siempre recomenzando, aún hoy , a más de 2000 años del Nacimiento en el tiempo del Dios Salvador. Pero a pesar de todo, muchos hombres han creído en el Amor. Uno de ellos es, precisamente, el poeta Francisco Luis Bernárdez. También desde esta nota afirmo creer que “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no perezca. Sino que tenga Vida Eterna.”(10) Así lo han creído los mártires. Y a tal punto que, en tránsito al Tercer Milenio cristiano, el Papa decía que “el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre, se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes.”(11)

      Como Pedro en el monte de la Trinidad, el hombre contemporáneo también puede decir: “¡Qué bueno es estar aquí!”(12) Sí, qué bueno es vivir y saberse envuelto en un misterio de Amor. Saberse su destinatario y convertirse en su testigo. Hacerlo conocer al mundo, con las más diversas formas de comunicación, desde las más humildes hasta las más expresivas, de las cuales el hombre está dotado. Saber hacerse eco, cada hombre, cada artista, del sentir del apóstol Pablo cuando exclama: “¡Qué bellos son los pasos de quienes anuncian buenas noticias!”(13)

      “Que vuestros múltiples caminos, dice el Papa a los artistas, conduzcan a todos hasta aquel océano infinito de Belleza, en el que el asombro se convierta en admiración,  embriaguez, gozo indecible.” (14)

       A pesar de tantas heridas y enigmas que fatigan la historia, y que marcaron también
el siglo del poeta que evocamos, es hermoso buscar los signos del Amor en el mundo. Y hacer otro tanto con la propia vida.

       Por eso, la conciencia madura en el silencio la certeza de que Francisco Luis Bernárdez fue un poeta que ha mostrado el resplandor de la verdad, el bien y la belleza. Un “hijo de la luz”, que consciente de su temporalidad, no la consideró un límite infranqueable y demoledor. Sin renegar de ella, de su condición finita, supo hacer de su poesía la búsqueda de un corazón que pide ser saciado. Un hombre, un poeta, una poesía, en fin, en tensión abierta al Absoluto.

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(*) Profesora en Ciencias de la Educación, egresada de la UCSF. Profesora de Teología Moral y Ética Profesional y de Teología Dogmática en el Departamento de Filosofía y Teología de la UCSF. Profesora de Ética en el Instituto Particular San Juan de Ávila (Seminario Metropolitano de Nuestra Señora)

( 1) Zubiri, X.: El hombre y Dios.Alianza-Fundación. Madrid, 1984.
( 2) Zubiri, X.: op.cit.
(3) García Baró, M.: Ensayos sobre el Absoluto. Caparrós. Madrid, 1993.
( 4) Capdevila, A.: Discurso en la recepción académica de Francisco Luis Bernárdez, en
      Boletín de la Academia Argentina de Letras, 1962.
(5)  San Agustín: Confesiones.Paulinas. Mexico,1980.
(6)  Mandrioni, H. D.: Elogio del espíritu. En entrevista publicada por la revista Criterio
       Bs.As. Año LXXXI. Navidad, 1998. Nº 2230/31.
(7)   C. Vaticano II: Constitución Lumen Gentium. Nº 68.
(8)  Barufaldi,R.: Estudio de la obra del escritor, publicado por Ediciones Culturales
      Argentinas en 1963.Citado por Revista Criterio. Año LXXIII.Octubre 2000.Nº2255.
(9)  Barufaldi, R.: op. cit.
(10) Jn 3, 16.
(11) Juan Pablo II: Tertio Millennio Adveniente,Nº 37.
(12) Mt 17, 4.
(13) Rm 10, 15.
(14) Juan Pablo II: Carta a los Artistas. Nº 16.


Aclaración: Este trabajo fue inicialmente publicado en “Sedes Sapientiae”. Revista del Vicerrectorado de Formación de la Universidad Católica de Santa fe. Año IV – Nº 4. Octubre de 2001.






          

         









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