lunes, 26 de febrero de 2018

Veritatis Gaudium y la teología tomista.

por Francisco José Delgado Martín *
El Papa Francisco acaba de promulgar la Constitución Apostólica Veritatis Gaudium, sobre las Universidades y Facultades Eclesiásticas.

No es mi intención comentar el documento completo, sobre todo porque no me parece que tenga la capacidad para hacerlo de manera provechosa. Sí quisiera, sin embargo, poner atención sobre un punto sobre el que creo poder decir algo.

En el artículo 64 de las Normas aplicativas de la Congregación para la Educación Católica que acompañan y desarrollan la Constitución Apostólica se puede leer, referente a la Facultad de Filosofía: «La investigación y la enseñanza de la filosofía en una Facultad eclesiástica de Filosofía deben basarse “en el patrimonio filosófico perennemente válido”, que se ha desarrollado a lo largo de la historia, teniendo en cuenta particularmente la obra de Santo Tomás de Aquino».

A los que nos dedicamos al estudio de Santo Tomás nos alegra enormemente que se haga mención explícita del Aquinate en este documento, algo que faltaba, en cierto sentido, en la Sapientia Christiana de San Juan Pablo II, que era el documento magisterial que viene ahora modificado. En este documento, Santo Tomás no aparecía en el cuerpo, sino en dos notas a pie, citando la Carta Apostólica Lumen Ecclesiae del beato Pablo VI.

El problema que me gustaría señalar, y que trasciende el ámbito del documento en cuestión, es el de obviar el papel de Santo Tomás en la enseñanza de la teología y, particularmente, de la teología especulativa o dogmática. Hoy en día, y especialmente tras la memorable Aeterni Patris del Papa León XIII, es muy frecuente, gracias a Dios, señalar el papel fundamental que ha de tener la filosofía perenne enseñada por Santo Tomás de Aquino en la formación católica. Es cierto que en el documento se encuentran no pocas menciones a la ciencia teológica, y en concreto a la teología escolástica, pero el título que señala el documento, «sobre la restauración de la filosofía cristiana conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino», hace que la teología quede, en cierto sentido, en un segundo plano.

Efectivamente, en el momento en el que está redactada esta encíclica, uno de los mayores peligros se encontraba en el fomento de sistemas de pensamiento absolutamente inadecuados para desempeñar el servicio a la teología al que está llamada la filosofía cristiana. Lógicamente, y con toda la razón, se ha insistido en la crucial importancia que tuvo la obra filosófica de Santo Tomás. Su labor de corrección e integración de los principios válidos de los grandes sistemas filosóficos que confluyeron en la naciente Universidad del momento dotó a la Sagrada Doctrina de un conjunto de preciosas herramientas que, en un momento de gran crisis, preservó el equilibrio sapiencial de las Ciencias Sagradas.

Insistir en la grandeza de la filosofía tomista es justo y necesario, pero no se debe olvidar un dato muy importante: Santo Tomás no se consideraba filósofo. Uno de los estudiosos actuales más importantes de la filosofía tomista, Pasquale Porro, nos dice que «es un dato de hecho que Tomás no se consideraba en absoluto un filósofo: a sus ojos, la filosofía en general representaba más bien una estación quizá gloriosa, pero ya cerrada, circunscrita esencialmente a los griegos y a los árabes; una experiencia de la que hablar conjugando los verbos en pasado»[1]. El libro del que he extraído estas palabras pretende, precisamente, elaborar un perfil histórico-filosófico de Santo Tomás, algo que es posible e incluso necesario. Por tanto, hemos de decir que, en cierto sentido, Santo Tomás era filósofo.

Pero sobre todo Santo Tomás era teólogo. Su actividad académica se mantuvo siempre en el ámbito específico de la teología, disciplina a la que se arribaba, en efecto, después de conseguir el grado de Maestro de Artes, es decir, de acreditar un conocimiento suficiente de la filosofía. Una vez completado el comentario a los Cuatro Libros de las Sentencias, obra de Pedro Lombardo, Santo Tomás dedicó su actividad docente al comentario de la Sagrada Escritura como magister in sacra pagina. Por otro lado, participaba en cuestiones disputadas, fundamentales en la vida académica universitaria, sobre cuestiones de ámbito teológico. Y sus dos grandes Sumas, la Suma Teológica y la Suma Contra Gentiles son, ambas, tratados de teología.

Es cierto que una gran parte del corpus tomista son los comentarios a las obras de Aristóteles. Sin embargo, la opinión más común de sus biógrafos es que Santo Tomás emprendió estos comentarios movido por el interés que tenían para la teología, empezando por el tratado Sobre el alma. Torrell, citando a Gaulthier, dice que «debemos enfatizar que este trabajo en su origen nació de la práctica de la profesión de teólogo». Con Weisheipl opina que «Tomás nunca habría dedicado su tiempo y energía a estos comentarios si no hubiera visto en ellos una urgente labor apostólica»[2].

¿Qué papel otorga la Veritatis Gaudium a Santo Tomás en el panorama de las Universidades y Facultades Eclesiásticas? Según hemos dicho, en este documento la atención a la doctrina tomista se cita explícitamente sólo en la Facultad de Filosofía, siempre dentro de las Normas aplicativas de la Congregación para la Educación Católica. En el apartado dedicado a la facultad de Teología se hace una referencia en una nota al pie, semejante a la que se hacía en la Sapientia Christiana, citando la Lumen Ecclesiae. En cierto sentido, por tanto, aumenta algo la visibilidad del Doctor Común en el documento actual, aunque hubiera visto mucho mejor que se insistiera más en la centralidad que debe ocupar la doctrina tomista dentro del estudio de la teología.

Porque bajo la insistencia en la filosofía tomista y la exclusión o solapamiento de la teología tomista, se puede ocultar un prejuicio muy común en las últimas décadas y que es enormemente perjudicial para la necesaria restauración de la teología católica. El prejuicio es el de pensar que la teología tomista no es más que una filosofía y que hoy la teología escolástica en general es algo pasado de moda y ajeno al «espíritu del Vaticano II». Los que insisten en esta visión suelen decir que la teología escolástica era excesivamente racionalista y no tenía una perspectiva bíblica. Y es muy frecuente contraponerla a la «teología arrodillada», haciendo un uso bastante desviado de la ya de por sí desafortunada expresión, en mi opinión, de von Balthasar.

Nada más lejos de la realidad. Como hemos dicho, la base de la teología tomista es un estudio atento y fiel de la Sagrada Escritura, desde la mente de la Iglesia, expresada de manera privilegiada por los Santos Padres. A los datos positivos de la fe recogidos de esta escucha de la Biblia se aplica la razón, de acuerdo con la metodología de la ciencia. Eso es el fides quaerens intellectum, en que ha consistido siempre la Sagrada Doctrina para la tradición católica. Además, se trata de la teología elaborada por un santo, que se ha santificado precisamente en la profesión de teólogo. Servir a Cristo para Santo Tomás ha consistido en aplicar su razón al Misterio para poder transmitir mejor aquello que contemplaba en el estudio, la oración y, de forma particular, la celebración de la Santa Misa.

Santo Tomás consiguió realizar una síntesis teológica sin precedentes y sin nada que se le haya aproximado después. San Pío V reconocía, al proclamarlo Doctor de la Iglesia, que la doctrina tomista había disipado los errores de los herejes surgidos después de su canonización. De hecho, la razón de esta proclamación fue, muy posiblemente, el reconocimiento de que sin la síntesis teológica tomista hubiera sido muy difícil hacer una réplica contundente a los errores de la herejía protestante, que asolaba la cristiandad europea en ese momento. Y el recurso a la exposición tomista de la doctrina católica no ha dejado de ser eficaz hasta hoy.

En definitiva, es evidente la necesidad que tiene la Iglesia de una filosofía cristiana de inspiración genuinamente tomista. Pero mucho más necesaria es una teología profundamente tomista, que suponga la aplicación del método de tal filosofía a los principios que la fe recibe de las fuentes de la Revelación. En la crisis actual de la fe, la teología y el magisterio, el recurso a la síntesis teológica tomista es, a mi entender, el único camino para la recuperación de la única Tradición en la que se puede ser católico.

Al final, no se trata de otra cosa que la que dice el mismo Papa Francisco que se propone con el documento al que nos estamos refiriendo: «una oportuna revisión y actualización […] a las directrices del Vaticano II». Precisamente en las directrices del Vaticano II a este respecto lo que leemos es lo siguiente: «aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás» (Optatam Totius, 16).

[1] Pasquale PORRO, Tommaso d’Aquino. Un profilo storico-filosofico, Roma, 2014, p. 13.
[2] Jean-Pierre TORRELL, O.P., Saint Thomas Aquinas, v. I: The person and his work, Washington D.C., 2005, p. 174.
Categorías : Teología
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*Francisco José Delgado Martín. Presbítero. Ordenado en la Catedral de Toledo. Ha sido misionero fidei donum en Perú. Actualmente realiza estudios de filosofía tomista en Roma.
 
Pintura: Santo Tomás y San Alberto.
InfoCatólica. Blog Mas duro que el pedernal. el 30.01.18

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