miércoles, 16 de enero de 2019

Cuando la civilización cava su propia tumba


por Carlos Daniel Lasa 
El agnóstico Malraux, en Huéspedes de paso, señalaba: “El drama de la juventud me parece consecuencia de otro drama, que se suele llamar el quebrantamiento del alma. Tal vez se dio algo semejante al final del Imperio romano. Ninguna civilización puede vivir sin un valor supremo. Ni puede existir sin trascendencia”.
 
En nuestros días, la trascendencia ha sido reemplazada por la furia de la destrucción, o como queramos llamarla: deconstrucción, desnaturalización, deseo de la nada. Se proclama a viva voz que el primer acto del espíritu debe ser la rebelión: una acción de ruptura con todo aquello ajeno a mis deseos. La obediencia, que es como decir, aquel acto del espíritu que consiste en oír el misterio de lo que es, es cosa de esclavos y no de hombres libres.

Pero en esta misma proclama de rebelión se asume un nuevo patrono de las almas: el Marqués de Sade. En este nuevo mundo narcisista, que concibe al hombre como un sujeto de deseos puramente vitales, todo parece resultarle posible, todo puede proveerle una experiencia de la divinidad. Este deseo que no reconoce límite alguno, y al que le es preciso situarse siempre más allá de todo límite, sacrifica a la mismísima persona humana cuando ésta se transforma en un obstáculo (¿por qué sacrificar mi “libertad” haciéndome cargo de un niño que llevo en mi vientre y que no deseo?).

El Marqués de Sade, lo exponía claramente en Los 120 días de Sodoma: “La vida de un hombre es algo tan poco importante que uno puede jugar con ella cuanto le plazca, como lo haría con la de un gato o la de un perro”. En la lucha por esta apoteosis del yo y de sus instintos, todo resulta válido: la muerte del inocente, la manipulación, la mentira, la calumnia, la violencia, etc. El deseo endiosado es un enemigo declarado de la inteligencia e íntimo amigo de la pasión, esto es, de las emociones, de las sensaciones, de las percepciones inmediatas. Su negación del pensar es rotunda, y por eso, en su mundo huelgan la conceptualización, el análisis y la síntesis.

El nihilismo ha llegado a tal punto, que uno de los pensadores europeos actuales refiere: “Europa está muerta; eso ha quedado claro. Por ello, algunos políticos intentan reanimarla. El judeocristianismo ya no marca el ritmo en ninguno de los países donde dominaba desde muchos siglos antes. En esta Europa liberal, las ideas y luego las leyes que se independizan totalmente de la ideología cristiana son cada vez más numerosas: desconexión entre sexualidad y procreación, entre amor y familia; libre acceso a la anticoncepción farmacéutica; despenalización, liberalización del aborto y reembolso del divorcio…” (Michel Onfray. Decadencia. Vida y muerte del judeocristianismo. Bs. As., Paidós, 2018, p. 499).

Según Onfray, este nihilismo dará lugar una “civilización” encargada de abolir toda civilización ya que no puede calificarse de civilización a un mundo dominado por un hiper-racionalismo cientificista, por una tecnofilia ilimitada, por una cultura de la anti-naturaleza, por una religión del artefacto, por la desnaturalización de lo humano, por el materialismo integral, por el utilitarismo carnal, por el antropocentrismo narcisista, por el hedonismo autista (Cfr. ibidem, p. 506).

La furia de la destrucción referida, en cuanto deseo pasional desenfrenado, parece no tener fin alguno: está dispuesta a destruirlo todo; su última estación es su propia auto-destrucción. En el “mientras tanto” se lleva adelante, en Occidente, una lucha cultural con el enemigo acérrimo de su concepción nihilista: el cristianismo. Lo mismo había sucedido durante los primeros años del siglo XVII: el enemigo a vencer era el cristianismo unido a la metafísica griega, y el ideal a alcanzar era una vida sumida en un extremo relativismo valorativo.

Sospechosamente (y no tanto), la muerte del marxismo ha dado lugar a la sociedad actual de la opulencia. La nueva izquierda, huérfana del ideal religioso secular del marxismo, levanta las banderas del actual nihilismo totalitario, en perfecta convergencia con la denominada derecha, representada, en Argentina, por el macrismo. El debate parlamentario sobre el aborto lo ha mostrado claramente.

En realidad, la nueva izquierda, al igual que la derecha, siguen bregando por el advenimiento definitivo de la sociedad de la opulencia, es decir, aquella sociedad que, por un lado, hace suya la negación marxista de la instancia metafísico-religiosa, concibiendo a las ideas del espíritu como instrumentos de dominio, pero por el otro, rechaza de modo absoluto los aspectos revolucionarios-mesiánicos del marxismo, es decir, aquello que de religioso permanece en la idea revolucionaria (Cfr. Augusto Del Noce, L’epoca della secolarizzazione. Torino, Nino Aragno Editore, 2015, pp. 5-6). En realidad, nos advierte Del Noce, “… el espíritu burgués ha triunfado frente a sus dos tradicionales adversarios: la religión trascendente y el pensamiento revolucionario” (Ibidem, p. 6).

Por esta razón, la antropología narcisista que anida en esta concepción opulenta, hecha suya por parte de la izquierda, conduce a una lucha en pos de una liberación, no por la lucha de clases, sino a través de una destrucción de la tradición metafísica cristiana que es el elemento represor de lo más genuino del hombre: sus instintos. La fuerza del instinto, de aquella esfera que no dominamos, dará por clausurada toda forma de cultivo interior, y por eso todo vestigio de humanidad quedará borrado.

No obstante, parece paradójico: aquel ideal planteado por alguna corriente de pensamiento moderno que, para hacer que el hombre llegue a su realización perfecta, consideraba que el mismo no podía ser concebido como un ser cuyo obrar procede del ser, sino un ser cuyo ser procede de su obrar, y que, por eso, debía ser entendido, todo él, en términos de libertad, haya terminado estableciendo un mundo en el que el ser del hombre, reducido a un amasijo de instintos, tenga como corolario su propia muerte. El suicidio de la revolución, del que tanto nos habló Augusto del Noce.


¡Fuera los Metafísicos!  • enero 16, 2019

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