miércoles, 20 de febrero de 2019

Elevado al estado laical, por la gracia de Dios

por Pedro L. Llera
Por la gracia de Dios, soy laico, seglar o como lo quieran llamar: el caso es que no formo parte del estado clerical. Y digo “por la gracia de Dios” porque así lo ha querido el Señor.
 
Él me llamó y me escogió para que fuera esposo, padre y maestro; para que fuera su testigo y anunciara el Evangelio a los más necesitados como educador de los niños y jóvenes. Y doy gracias a Dios por ello: me siento elevado al estado laical por el Bautismo, que me confiere la gracia de ser hijo de Dios. Cristo ha sido siempre fiel a la promesa que me hizo cuando me llamó. Y a pesar de todas las tribulaciones, siempre ha dispuesto por su Divina Providencia los medios necesarios para que pudiera cumplir su Voluntad en mi vida, a pesar de mis infidelidades, mis debilidades y mis pecados. Por la gracia de Dios, soy cristiano y soy católico. Por su gracia, permanezco fiel a pesar de las incomprensiones, los desprecios, las humillaciones; a pesar de mi propio pecado… Mi vida – y la de mi familia – no ha sido fácil nunca ni preveo que lo vaya a ser en el futuro. Todo lo doy por bueno con tal se seguir a mi Señor y serle fiel hasta la muerte. Todo lo bueno lo he recibido de Cristo. Todo lo bueno que yo pueda haber hecho o pueda llegar a hacer será mérito de Cristo: de su gracia. Si escribo, es por gracia de Dios; si hablo, es por gracia de Dios; si amo, es por gracia de Dios. Todo proviene de su gracia. Y todo lo malo es fruto de mi condición de pecador.

La llamada a la vida religiosa o al sacerdocio es una vocación más perfecta. Pero a mí no me ha llamado Dios por ese camino. Dios escoge a los que Él quiere para lo que Él quiere. Y yo soy feliz con mi vocación laical, que es mi propio camino hacia la santidad.

Se atribuye al Arzobispo Fulton Sheen la siguiente frase: “la Iglesia no va a ser rescatada de la actual crisis por los obispos, ni los sacerdotes, ni los religiosos, sino por los laicos”. Hoy la mayor parte de la jerarquía vive un Sábado Santo de silencio. Están escondidos por miedo: unos no abren la boca por cobardía y otros callan por una mal entendida prudencia. Sólo unos pocos hablan y denuncian el estado de confusión que vivimos. Las ovejas se dispersan y se despeñan y los pastores miran hacia otro lado, mientras miles de almas se pierden. No se quieren jugar la vida enfrentando a los lobos que devoran el rebaño porque no son verdaderos pastores, sino asalariados, mercenarios…

Somos los laicos los que mayoritariamente estamos dando la cara para que nos la partan. El Espíritu Santo, que se derramó en Pentecostés, está impulsando a muchos laicos a denunciar los abusos litúrgicos; a condenar y exigir justicia ante aquellos que pisotean el Sexto Mandamiento con sus aberraciones sexuales; a denunciar los atropellos doctrinales de los sacerdotes y obispos modernistas.

Por eso, cuando leo la noticia de que el otrora cardenal McCarrick ha sido “reducido” al estado laical no dejo de sentir una cierta sensación agridulce. Lo han “reducido al estado laical…” Como si los laicos fuéramos una mierda; como si no se pudiera ya caer más bajo… Como si ser “reducido” al estado laical fuera el mayor castigo al que se pudiera condenar a un jerarca de la Iglesia. El nuevo Código de Derecho Canónico, no obstante, ya no habla de “reducción al estado laical”, sino de “pérdida del estado clerical” (que viene a ser lo mismo, aunque así se ofende menos a los laicos). Pero la mayoría de los medios no se han enterado del cambio de la terminología. El canon 292 dispone que:

“El clérigo que, de acuerdo con la norma de derecho, pierde el estado clerical, pierde con él los derechos propios de ese estado, y deja de estar sujeto a las obligaciones del estado clerical, sin perjuicio de lo prescrito en el c. 291; se le prohíbe ejercer la potestad de orden, salvo lo establecido en el c. 976; por esto mismo queda privado de todos los oficios, funciones y de cualquier potestad delegada".

Pues bien: yo no soy canonista (ni falta que me hace), pero, desde mi ignorancia, lo que correspondería hacer con un depredador sexual como McCarrick sería excomulgarlo. A quienes han abusado sexualmente de menores o a quienes han sido motivo de escándalo por su conducta; a quienes obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave o en predicar herejías, deberían excomulgarlos y apartarlos de la Iglesia.

La excomunión no es solo una pena; no solo está destinada a castigar al culpable, sino también a corregirlo y a traerlo de nuevo a la senda de la rectitud. El objetivo de la excomunión es llevar a los culpables al arrepentimiento y a la conversión. El cardenal Mauro Piacenza señalaba que “con la pena de excomunión, la Iglesia no intenta de ningún modo restringir el campo de la misericordia, sino que simplemente se evidencia la gravedad del crimen”. Hasta el pecador más repugnante puede arrepentirse, convertirse y volver a la comunión de la Iglesia.

Pero a los herejes y a los cismáticos, a quienes predican contra la Tradición y contra la Santa Doctrina de la Iglesia, que se sepa, ni se les corrige. No sé si se les corregirá en privado, pero públicamente desde luego que no. Y cuando el pecado es público, ¿no debería ser pública la corrección? ¿No se debería dejar claro de una vez por todas cuál es la verdadera doctrina de la Iglesia y cuál no? Si se apartara de sus cargos a cuantos han abusado de menores y a cuantos han pisoteado el sexto mandamiento durante años sin signo alguno de arrepentimiento; si se apartara de sus cargos y de la Iglesia a cuantos han venido encubriendo a los abusadores; si se echara de la Iglesia a la mafia lavanda, a esa mafia gay que ha llegado a ocupar altos cargos en la jerarquía de la Iglesia; si se pusiera orden doctrinal y se apartara de la Iglesia a los que abusan a diario de su Santa Doctrina, ya verían ustedes lo rápido que se reconduciría la actual situación de colapso que amenaza con echar abajo el edificio de la Iglesia.

Pero a quienes se han pasado la vida abusando sexualmente de menores o de seminaristas se les reduce al estado laical o pierden el estado clerical, que, insisto, viene a ser lo mismo (porque si no eres clérigo, eres laico: no queda otra)… Y ya está. Los judas y los fariseos de la Iglesia siguen lacerando al Cuerpo Místico de Cristo. Siguen humillándolo y escupiéndolo. Pero Cristo Vive y Reina por los siglos de los siglos. La victoria es de nuestro Señor que hizo el Cielo y la Tierra y todo cuanto existe. Y a los que han provocado escándalo, más les valdría ponerse una piedra al cuello y tirarse al mar.

Yo no soy nadie para excomulgar a nadie. Solo soy un laico sin autoridad alguna. Pero en la Iglesia hay quien tiene esa autoridad. Y, con toda humildad, creo que lo que la Iglesia precisa con urgencia es una buena limpieza de herejes, de apóstatas, de impresentables; de sepulcros blanqueados que aparentan santidad y no esconden sino podredumbre moral. Lo que hace falta es una reforma a fondo de la Iglesia para que siga predicando con su palabra y con sus obras la caridad que solo proviene de la gracia de Dios; una Iglesia que predique la conversión y que cumpla con fidelidad la misión que Nuestro Señor Jesucristo le encomendó: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio, bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y quienes crean y se conviertan se salvarán. Y quienes no crean se condenarán.
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InfoCatólica. Blog: Santiago de Gobiendes el 17.02.19 a las 11:19 PM

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