2014-01-28 L’Osservatore Romano
Algo está cambiando en el mundo con respecto al aborto: en España el Gobierno ha decidido consentirlo sólo en caso de violencia o de graves malformaciones, mientras que en Estados Unidos más de veinte Estados restringen las posibilidades de poner fin a un embarazo y en la Cámara se votó una norma que prohíbe el aborto después de las veinte semanas. Y hace pocos días la marcha por la vida que tuvo lugar en la capital vio desfilar, a pesar del frío polar, a muchos jóvenes.
Como observó «The Washington Post», el nuevo movimiento antiabortista —contra toda previsión— conquista cada vez más a los jóvenes. Son jóvenes que aún no habían nacido en el momento de las grandes batallas de los años setenta y piensan libremente, sin ser influenciados por esa oleada ideológica que entonces hizo de la interrupción del embarazo una cuestión de derechos, un paso fundamental de la emancipación femenina.
Mientras que los jóvenes americanos están descubriendo el derecho a la vida y se apasionan por ello, en Francia el Gobierno propone una ampliación de la posibilidad de abortar, haciendo de la opción algo libre de cualquier vínculo moral: se canceló, en efecto, toda referencia que la vincule a un contexto dramático, a una condición de «extremo malestar de la mujer». Y respecto a esta modificación —sobre todo formal, porque ya desde hace años esta cláusula no se respetaba— se volvió a abrir la batalla: también aquí, por el aborto adultos y ancianos, mientras que muchos jóvenes se declaran contrarios.
Estos conflictos superan la tradicional oposición política entre derecha e izquierda, convirtiéndose en enfrentamientos entre generaciones. Los viejos defensores del aborto, además, no quieren admitir que la legalización fue un fracaso respecto a sus mismos objetivos: al defender el «derecho de aborto», en efecto, habían prometido que la legalización, acompañada por una insistente campaña anticonceptiva, habría, de hecho, disminuido el recurso a este procedimiento. No sucedió nada por el estilo. Es más, se calcula que hoy en Francia una mujer de cada tres haya abortado al menos una vez, mientras que la transformación lingüística —con el uso de la expresión «interrupción voluntaria del embarazo», es decir, la intención de hacer del aborto una intervención médica como las demás— logró sólo teñirlo de una superficial levedad.
Pero el problema más grave que abrió la legalización del aborto —y que nadie quiere afrontar— es su conflicto con los derechos humanos, como recuerda el Papa Francisco en la Evangelii gaudium: «Esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno».
Con la legalización del aborto, como escribió el sociólogo francés Luc Boltanski, después de dos mil años se planteó nuevamente el problema sobre cuál es la definición del ser humano, con relativa crisis de esa idea que está detrás de la Declaración de los derechos humanos de 1948. La irrupción del aborto en la esfera de la legalidad, en efecto, reabre una diferencia entre «seres humanos de la carne» y «seres humanos confirmados por la palabra»; sólo a éstos últimos se les concede vivir, mientras que los primeros se vuelven a encontrar en la condición que en otro tiempo era de los esclavos: es decir, son «una humanidad no confirmada». Boltanski, que razona fuera de las pasiones ideológicas y religiosas, concluye que «la condición del feto es la condición humana».
Entonces es posible —y deseable— que, poniendo en tela de juicio el aborto, la reapertura del debate sobre la definición y la dignidad de cada ser humano vuelva a encender interés y escucha por la posición de la Iglesia, hasta hace poco tiempo considerada anticuada y conservadora.
Lucetta Scaraffia
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