por Mons. José M. Arancedo
La misión de Jesucristo es revelarle Dios al hombre, y a él el sentido de su vida, que tiene su fuente en Dios y está llamada a realizarse en este mundo.
Desde Jesucristo, Dios y el Mundo no aparecen para el hombre como algo opuesto, sino como una referencia de su vocación y compromiso. El Concilio Vaticano II lo afirma cuando dice: “(Jesucristo) manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (G.S. 22). Todo lo que acontece en Cristo es revelación para el hombre.
Este domingo se nos presenta la escena de la Transfiguración ante los apóstoles Pedro, Santiago y Juan (Mt. 17, 1-9). ¿Qué nos dice este evangelio, qué significa hoy para nosotros? Lo considero una de las mayores revelaciones sobre la vocación del hombre, y que el Señor la hace desde el término hacia el cual estamos en camino. No somos algo que sólo pertenece a este mundo y que se acaba con él, sino peregrinos de una Vida Nueva que ya comenzamos a vivir en este mundo.
Comenzar por el término sirve para iluminar el presente. Esta escena tiene un sentido profético en cuanto anticipo de lo que estamos llamados a ser. En la Transfiguración el Señor nos revela su divinidad, pero nos habla también de nuestra vocación. Hemos sido creados por Dios y estamos llamados a una vida de plena de comunión con él. Esta nueva realidad, que ya se comienza a vivir en este mundo, tiene su fuente en Jesucristo. Él no es alguien ajeno a la vida hombre, sino el camino para encontrar su verdad en este mundo y su plena realización.
Por ello, cuando predicamos a Jesucristo le descubrimos al hombre su verdad más profunda. Ahora bien, cuando hablamos del destino trascendente del hombre lo hacemos desde su vocación en este mundo. No hay oposición ni ruptura, sino continuidad y plenitud. Hoy vivimos en la certeza de la fe esta nueva realidad para la que hemos sido creados; a ella la vamos construyendo en este mundo con la vida de la gracia y nuestra libertad. Dios nos llama con su Palabra que se hizo presente en Jesucristo y a quién, “debemos escuchar” (Mt. 17, 6).
Frente a la Transfiguración como revelación de esa plenitud de vida a la que estamos llamados, san Pedro exclama: ¡Señor, qué bien estamos aquí! (Mt. 17, 4). Es una respuesta comprensible, sin embargo el Señor les ordena bajar del monte, es decir, volver a este mundo que es el lugar de nuestro caminar. El anticipo del término ha sido para ellos una experiencia única, pero el Señor los vuelve a ubicar en el compromiso de lo cotidiano. Esto nos hace comprender cómo la vocación de un cristiano no es escapismo, salirse de este mundo, sino sentirse protagonista de una realidad que debe ser transformada a la luz del Evangelio.
Decir creo en Jesucristo es asumir la totalidad de su proyecto, en el que se nos revela a Dios y la verdad del hombre, como el sentido y el cuidado de la creación que es obra de Dios. La fe bien entendida debe tener, por lo mismo, consecuencias en la vida personal, social y política. Todo lo humano está llamado a ser iluminada por Jesucristo. No hay, por lo mismo, una era post-cristiana. Él es la Palabra definitiva y siempre actual de Dios al hombre.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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